Paseos por España: Toledo

El día comenzó muy temprano, más de dos horas antes de que saliera el sol por el horizonte. Tenía que ser así, porque el objetivo de esta excursión no era otro que llegar al primer punto de visita para retratar el amanecer. Por el camino quedaba, primero desayunar lo más atinadamente que se pudiera, y ya de camino, repostar gasolina, cosa que tuvo lugar en Carabanchel.

Antes de eso, y a modo de anécdota, azorado, como siempre, por los ruidos que contumazmente surgen de alguna parte de los automóviles, empecé a oír un traqueteo insistente y muy claro que salía de algún lugar. Estaba ya en plena M-30 y no podía parar en ningún sitio. La preocupación lógica que emerge de este tipo de eventos hizo que mi mente empezara a trabajar buscando una causa viable para tal rítmico soniquete. Y lo cierto es que de tanto pensar, di con la solución: la correa de la mochila en la que llevo el equipo fotográfico es bastante larga, ya que está pensada para ser atada a la altura de la barriga. Esa correa tiene la insana costumbre de quedarse fuera de los sitios en los que debería quedarse dentro. Encontrada la solución a mi preocupación, seguí hasta la gasolinera elegida mucho más tranquilo.

Elegí avanzar por la A-5 porque mi primer destino no era la ciudad de Toledo, sino las barrancas de Burujón, un lugar al que tenía ganas de ir desde que vi una foto que acompañaba a un título que decía: “El Gran Cañón español”. Tengo que reconocer que aquello me intrigó, y al instante puse en mi mapa una estrella de esas que ahora son de cualquier manera, no necesariamente estrellas.

Tras salir de la carretera entré por un camino de tierra hasta un pequeño bar en medio del campo acompañado por una esplanada que hacía las veces de aparcamiento. Allí tenía que quedarse el coche, y allí empezaba un pequeño camino cuesta arriba que tendría que completar hasta llegar a las barrancas.

Amanecer en las Barrancas de Burujón - ©JMPhotographia

Decididamente mereció la pena madrugar, viajar, padecer sueño y toda la fatiga que iba a sobrellevar aquel día, que evidentemente iba a ser por fuerza un día largo. Las barrancas son espectaculares, el Tajo un espectáculo soberbio y el amanecer toda una experiencia vital. A todo ello se sumaba la completa soledad en la que me encontraba. Ni un alma, sólo yo, contemplando aquel amanecer a contraluz sobre unas formaciones geológicas reseñables. Ciertamente, las barrancas de Burujón no son el Gran Cañón, ni siquiera recuerdan, es claramente otra cosa, pero ahí estaba yo, disfrutando de un momento conmigo mismo. Un momento estupendo de esos que uno siempre trata de buscar y que uno encuentra menos veces de las que quiere. Para esos momentos tener una cámara y un propósito en una bendición.

Ahora sí, visto el espectáculo y vivida la experiencia, era momento de deshacer el camino, bajar hacia el aparcamiento y coger el coche para poner rumbo hacia el este, hacia la ciudad de Toledo, la que llaman ciudad imperial.

Había trabajado la ciudad en casa, había diseñado una ruta, planificado unos puntos de visita y también había recogido en un mapa lugares donde podía dejar el coche a salvo y sin tener que hacer una inversión económica. El aparcamiento elegido fue uno que estaba en la parte baja, por supuesto, y junto al río. A pesar de ser gratuito, consideré prudente dar algo de dinero a la persona que custodiaba la puerta. Por fin comenzaba mi aventura por la ciudad… y por sus cuestas.

Puerta de la Bisagra - ©JMPhotographia

Quise comenzar por dos puertas, la de la Bisagra primero, y la del Vado después. Ese camino me llevaría por la Avenida de Castilla-La Mancha hacia la parte alta y hasta el Puente de Alcántara, un antiguo puente romano que fue reconstruido en el siglo X, y retocado también en época de los Reyes Católicos, que dejaron allí, en un torreón de nuevo cuño, su escudo, eso sí, sin la imagen de Granada, que por aquel entonces todavía no había sido tomada.

Aproveché que había cruzado el Tajo para continuar por la otra orilla y tomar algunas fotos del perfil de Toledo, donde, por ese lado, destaca el Alcázar, ya que la catedral queda por el otro lado.

El Puente de Alcántara y el Alcázar de Toledo - ©JMPhotographia

Volví a cruzar el Tajo por el siguiente puente que hay, en la Ronda de Juanelo, y ahí volvieron las cuestas, para ascender a la parte más alta de la ciudad. El destino era la plaza más famosa de Toledo, la Plaza de Zocodover, para lo cual me valdría de la calle de Cervantes.

La Plaza de Zocodover no es nada que resulte espectacular a ojos del visitante . Es un espacio triangular en el que siempre hay gente haciendo cosas, muchos de ellos simplemente pasando con destino al centro de la ciudad, ya que se encuentra en el cruce de varias calles importantes, cosa que ha convertido a esta plaza, ya desde la Edad Media, en un lugar tanto de paso como de reunión para los habitantes y visitantes de Toledo.

En el centro de la plaza hay una fuente con una escultura de bronce que representa a un caballo y un toro a modo de homenaje a la historia taurina de la ciudad.

La calle del Comercio me llevó desde la Plaza de Zocodover a mismo centro de la ciudad, que es el lugar donde se levanta la Catedral Primada de Toledo, un lugar al que siempre vas a volver una y otra vez si visitas Toledo y caminas sin rumbo fijo, callejeando y brujuleando por los rincones de la ciudad.

La primera visión de la catedral la tuve de su torre desde la calle del Arco de Palacio. Se trata de una torre imponente de 92 metros de altura y construida en estilo gótico toledano entre los siglos XIII y XV, si bien, hay que reseñar que la parte baja, que es obviamente la más antigua, está construida en estilo románico, y la parte más elevada, -y más moderna-, es de estilo renacentista. La torre de la catedral es tan imponente que se ve prácticamente desde cualquier punto de la ciudad.

Torre de la Catedral Primada de Toledo desde la calle del Arco de Palacio - ©JMPhotographia

La calle de la Trinidad es la continuación de la calle del Comercio y termina en la Iglesia de El Salvador. Desde allí y girando drásticamente a la izquierda me dirigí a la Plaza del Ayuntamiento para entrar en ella con la visión de la catedral justo delante de mí, quedando el ayuntamiento a mi derecha.

La Plaza del Ayuntamiento de Toledo data del siglo XVI, fecha en la que se construyó el propio ayuntamiento. Siempre encontraremos en ella un hervidero de turistas haciendo fotos a la fachada principal de la catedral y tratando con mayor desidia al edificio del ayuntamiento y al Palacio Arzobispal, que no edificios feos, ya que son antiguos, pero que quedan empequeñecidos sobremanera al lado de la catedral.

Y de la catedral pasamos al otro emblema de Toledo, el famoso alcázar, que es el edificio de la ciudad que, -según creo-, se ve desde más lejos, ya que desde la carretera de Toledo y viniendo desde Madrid, se puede divisar desde bastantes kilómetros de distancia.

Alcázar de Toledo desde la Cuesta de los Capuchinos - ©JMPhotographia

No nos engañemos, el Alcázar de Toledo es una buena mole. Tiene un tamaño considerable y una forma muy de mole, la verdad.

Su historia se remonta a mucho tiempo atrás, ya que, en puridad, la primera fortificación que estuvo emplazada en ese mismo lugar fue una fortificación romana levantada en el siglo III. Dicha fortaleza fue posteriormente reconstruida y ampliada por los visigodos y posteriormente por los árabes entre los siglos VI y VIII.

Tras la Reconquista, el Alcázar de Toledo sirvió de residencia para los reyes de la Corona de Castilla, por lo que se configuró como uno de los más importantes centros de poder de la península ibérica. Más recientemente ha sido el escenario de un importante evento histórico en la Guerra Civil Española, ya que el 1936 el alcázar se hallaba en manos de las tropas sublevadas y fue objeto del ataque de los republicanos. Ante el fracaso de la toma, los republicanos pusieron sitio al alcázar, estando a la cabeza de sus defensores el general Moscardó, al cual trataron de disuadir de su empresa los sitiadores con la captura de su hijo, ante lo cual, el general respondió: “Pues mire usted, señor comandante, a mi hijo me lo han educado para ser español como yo, y para ser soldado y para cumplir con su deber. Y yo sé que mi deber ahora es defender este Alcázar donde tengo la bandera de España. Usted hará lo que tenga que hacer; yo cumpliré con el mío”. Finalmente, los sublevamos consiguieron romper el cerco y liberar el alcázar, hecho que motivó que el régimen franquista creara sobre este evento una gesta mítica que se usó como propaganda.

A día de hoy el Alcázar de Toledo es un importante museo, el Museo del Ejército, y alberga varias colecciones de arte y de objetos históricos, incluyendo una galería de pinturas y de esculturas.

El Alcázar dominando toda la ciudad de Toledo - ©JMPhotographia

Tras dejar el alcázar me dirigí callejeando y serpenteando hacia el sur, hacía el río. No hay en ese trayecto monumento destacables, por lo que supuso para mí un paseo de curiosidad, de cuestas, de arcos, de pasadizos, de calles estrechas, de barandas, de terrazas, de vistas sobre tejados, de auténticos toledanos y, por qué no decirlo, de algún que otro turista que disfrutaba de los rincones de la ciudad tal como yo lo estaba haciendo.

La calle de las Carreras de San Sebastián me llevó al lugar en el que se levanta el edificio que contiene las Cortes de Castilla-La Mancha. No es nada espectacular, -o por lo menos a mí no me lo pareció-, pero allí está y me quedaba de camino hacia el resto de mi periplo por la ciudad.

Las Cortes de Castilla-La Mancha, como todos los parlamentos de las comunidades autónomas en las que se divide España, fueron creadas hace relativamente poco, concretamente en 1983, justo después de aprobarse el estatuto de autonomía. El hemiciclo está compuesto de únicamente 33 escaños, algo que parece un número pequeño para lo que estamos acostumbrados a ver. Entre las funciones de las Cortes de Castilla-La Mancha están la elaboración y aprobación de leyes autonómicas, el control y fiscalización del poder ejecutivo autonómico y debatir e interpelar con el Consejo de Gobierno de Castilla-La Mancha.

Muy cerca de allí se encuentra el Museo del Greco, el cual pintor griego, como podéis imaginar, es quizá la mayor institución artística de Toledo. El museo se encuentra en la casa que el artista compró en el siglo XVI y donde vivió hasta su muerte en 1614. El edificio es un ejemplo de la arquitectura tradicional de Toledo, con un patio central y una escalera de caracol. La colección del museo está compuesta por obras del propio Greco, así como también de otros artistas contemporáneos. Se exhiben obras como “El Entierro del Conde de Orgaz“, uno de los cuadros más famosos de El Greco, así como retratos, paisajes y escenas religiosas.

En el museo también se pueden ver objetos de la época en la que vivió El Greco, como muebles y utensilios, además de una colección de cerámica y cristal.

Tras dejar el Museo del Greco, y tras pasar por la puerta de la Sinagoga de Santa María la Blanca, llegamos a otra buena mole que tiene Toledo y que es bastante difícil de fotografiar en su enteridad: el Monasterio de San Juan de los Reyes.

Llegando al Monasterio de San Juan de los Reyes - ©JMPhotographia

El Monasterio de San Juan de los Reyes fue construido durante el reinado de los Reyes Católicos, y completado en 1504. Fue construido como muestra de gratitud después de la victoria en la batalla de Toro de 1476. Es un edificio bastante impresionante y dicen que es una de las obras obras maestras del gótico español.

La iglesia tiene tres naves y dentro de ella destaca el coro, que se encuentra en un nivel elevado y está decorado con una impresionante sillería gótica. También es notable el retablo de estilo flamenco, así como el maravilloso artesonado policromado.

Pero el Monasterio de San Juan de los Reyes no es sólo una iglesia, también es un monasterio, como su propio nombre indica, y no es menos impresionante que la iglesia. Tiene un claustro con arcos de medio punto y una escalera de caracol que conduce a las celdas de los monjes y también hay una serie de capillas y patios interiores que se pueden visitar.

Muy cerca del monasterio se encuentra el otro gran puente monumental que tiene Toledo, el Puente de San Martín. Se trata de un puente muy parecido al Puente de Alcántara, construido en el siglo XIV, -es por tanto posterior-, por orden del rey Alfonso XI, tras perderse uno que servía a la ciudad anteriormente debido a la crecida del río.

Puente de San Martín - ©JMPhotographia

Junto al puente había un espectáculo y una atracción para gente con temple y corazón fuerte. Se trataba de una larga tirolina que cruzaba el río hasta la otra orilla. Un buen chute de adrenalina para la gente desinhibida y atrevida.

A título personal, creo que no probaría esa tirolina en situaciones normales. Si me empujan a hacerlo algún amigo o acompañante quizá me atrevería, pero confieso que seguramente me costaría muchísimo decidirme a hacerlo. Sin embargo, me alegró comprobar la buena disposición de mucha gente, desde adolescentes muy adolescentes hasta personas más mayores. En este tipo de situaciones creo que siempre reconforta el pensamiento de que casi seguro que nadie se les ha caído al río, porque de haber sido así lo hubiéramos conocido en las noticias. La verdad es que la tirolina fue un buen descanso, porque las piernas ya estaban un poco cansadas, pero es que esto… es así.

Tirolina sobre el Tajo - ©JMPhotographia

A partir de aquí me aparté del río y me encaré de nuevo a la parte central de la ciudad, ya que la mañana se terminaba y con ella el recorrido que había proyectado sobre Toledo. Unos pasitos más y podría irme a comer.

Lo que quedaba básicamente era un par de conventos, -el Convento de Santo Domingo el Antiguo y el Convento de San Clemente-, una iglesia importante a la que accedí para subir a lo alto de sus dos torres, un par de llamados “cobertizos”, que no son otra cosa que calles techadas o pasadizos tunelados, una mezquita bastante importante, un par de puertas monumentales y un monumento a un ciclista toledano muy querido.

Saltemos los conventos y vayamos directamente a la Iglesia de San Ildefonso, también llamada Iglesia de los Jesuitas.

Iglesia de los Jesuitas (San Ildefonso) - ©JMPhotographia

La Iglesia de los Jesuitas de Toledo fue construida en el siglo XVII en estilo barroco en plena barriada de la Judería. Recibe el nombre de Iglesia de los Jesuitas porque fue esta congregación religiosa fundada por San Ignacio de Loyola la que construyó el templo.

El diseño del edificio está basado en el estilo jesuita, con una fachada austera y una gran cúpula decorada con frescos. El interior de la iglesia tiene una sola nave, con seis capillas laterales que albergan numerosas obras de arte, como el retablo mayor de la reputada escuela de escultura de Gregorio Fernández. Esta iglesia es considerada uno de los emblemas del barroco toledano y, como ya anticipamos antes, por un módico precio, se puede subir a las torres para ver la ciudad desde una altura privilegiada.

Toledo desde las torres de la Iglesia de los Jesuitas (San Ildefonso) - ©JMPhotographia

Tras unos cuantos zigzagueos por las amigables y retorcidas calles de Toledo llegamos a los dos cobertizos de los que hicimos mención antes, ya que ambos están juntos. El más ancho es el Cobertizo de Santa Clara, mientras que el más estrecho es el Cobertizo de Santo Domingo el Real. Estos dos cobertizos son una seña más de identidad de Toledo, si tienes cuestas, calles estrechas y de ángulos inusuales, si tienes escaleras y barandas y casas a varias alturas, vas a echar en falta calles que tengan techo, y por suerte, Toledo las tiene.

Muy cerca de allí se encuentra la llamada Ermita-Mezquita del Cristo de la Cruz. Este templo fue construido como mezquita en el siglo XIII, pero posteriormente fue convertido en ermita cristiana un siglo después, lo cual explica su nombre.

El edificio es un pequeño ejemplo de la arquitectura mudéjar que tantas ocasiones hemos tenido de ver en los capítulos de Conociendo mi Ciudad. Debido a su particular historia, contiene elementos decorativos islámicos y cristianos. Tiene una planta rectangular con una sola nave y una pequeña torre en el extremo norte. En el interior se encuentra el Cristo de la Cruz, una imagen de madera de Jesucristo crucificado que data del siglo XII considerada una de las más antiguas de todo el arte cristiano.

La Ermita-Mezquita del Cristo de la Cruz es considerada un testimonio histórico y cultural de la convivencia entre las culturas islámica y cristiana en España. 

Ermita-Mezquita del Cristo de la Cruz - ©JMPhotographia

A una patada de la ermita-mezquita se encuentra la Puerta de Valmardón, y a dos patadas, la más imponente Puerta del Sol, inquietante con su triángulo.

La Puerta del Sol, de estilo mudéjar, data del siglo XIV, es una estructura imponente con fuertes paredes de piedra y un arco de entrada con un intrincado diseño de ladrillo decorativo. También cuenta con una pequeña capilla en su interior, dedicada a la Virgen del Sol, la cual es muy venerada por los habitantes de Toledo.

Detalle del triángulo de la Puerta del Sol - ©JMPhotographia

Terminé la mañana en el Monumento que los toledanos dedicaron a uno de sus paisanos más famoso, al ciclista Federico Martín Bahamontes, primer ciclista español en conseguir el triunfo final en el Tour de Francia en 1959.

Federico Martín Bahamontes, cuyo verdadero nombre era Alejandro, nació en Toledo el 9 de julio de 1928 y fue conocido por sus dotes para la montaña, entre otras cosas porque logró establecer la marca mundial de la subida al Col du Galibier en tan solo 45 minutos y 22 segundos en 1960.

Además de su triunfo final en el Tour del 59, logró también triunfo en la Vuelta a España del 57 y la Milán-San Remo del 58, además de otros premios menores como cuatro premios de la montaña en el Tour, tres en la Vuelta y uno en el Giro de Italia.

Monumento a Federico Martín Bahamontes - ©JMPhotographia

Tras rendir mi particular trubuto al ciclista y disfrutar de las magnificas vistas sobre el norte de la ciudad que allí se pueden disfrutar, me fui a comer. Sorprendentemente había hecho en solo la mañana lo que pensaba que iba a hacer en todo el día. Tenía toda la tarde por delante y podía tomarme las cosas con mucha más calma desde entonces, podía descansar y podía volver a andar sobre lo andado capturando otros matices y decidí cambiar mi objetivo 17-50 por el teleobjetivo, para obtener resultados diferentes.

Pero como para ir a comer había optado por coger el coche, pensé que era buena cosa realizar una primera pasada por el mirador de Toledo que todos conocemos y al que todos vamos. No era la mejor hora, serían las cuatro de la tarde, el sol estaba en todo lo alto, y si bien la ciudad estaba muy bien bañada por ese sol que todavía quería presumir de ser “Sol de verano”, la luz no era la más bonita para la fotografía de esa magnífica estampa de la ciudad que se ve desde el mirador.

Toledo desde su mirador - ©JMPhotographia

Por la tarde me lo tomé todo con mucha más tranquilidad. Deposité el coche en el mismo aparcamiento de la mañana, volví a contribuir a la economía de la persona que guardaba la entrada, -creo que era una persona diferente a la del turno matutino-, y volví hacia arriba, esta vez tomando las magníficas escaleras mecánicas que el ayuntamiento colocó para ahorrar a las personas mayores como yo, como cualquiera, el esfuerzo de subir cuestas y cuestas.

El recorrido que hice por la tarde se puede resumir en pasear a un ritmo mucho más cansino y visitar lo que siempre uno visita de vuelta, la catedral y el Monasterio de San Juan de los Reyes, que esta vez vi desde lo alto, desde la Plaza de la Virgen de la Gracia.

Me recreé también con el rosetón de la catedral que puede verse junto con un reloj desde la calle de Chapinería, a la que se accede desde la Plaza de las Cuatro Calles.

Detalle del rosetón y del reloj de la Catedral Primada de Toledo - ©JMPhotographia

Cuando estuve listo, y cuando los dolores en los muslos producidos por el rozamiento de los pantalones me lo permitieron, regresé al aparcamiento a recoger el coche y dirigirme con él de nuevo al mirador del Tajo, que ya estaba muchísimo más concurrido.

Ahora tocaba sacar el trípode del maletero, los filtros de densidad neutra y el intervalómetro. No lo sabía, pero debería sufrir otra preocupación. Supongo que será algo quizá habitual en ese lugar, pero el caso es que se presentó la policía local y comenzó a multar a todos los coches que tenían al menos una de sus ruedas posadas sobre el asfalto de la carretera, los que teníamos los coches aparcados fuera de la carretera, sin ruedas sobre el pavimento, nos salvábamos ese día.

Lo cierto es que no fue un gran atardecer, los efectos del filtro de densidad neutra prácticamente no llegaron a apreciarse en ninguna fotografía. Ya estaba cansado y me faltaba poco para descansar conduciendo, que es una forma de descanso a la que estoy bastante acostumbrado y que me resulta reconfortante.  

Anocheciendo en Toledo - ©JMPhotographia

La ausencia de nubes convirtió aquel atardecer en un evento ordinario. Es el pan nuestro de cada día, y al ser algo que no podemos controlar, es algo que no nos puede hacer ningún mal ni nos puede cambiar el humor. La voluntad y la realidad a veces no concuerdan en espacio y en hora. Es una pena, pero se admite y se sigue adelante. Uno espera tener muchas más oportunidades en todos los espacios de la vida.

Tocaba ya levantar el campamento, recoger el trípode, los filtros, el intervalómetro y obtener el merecido descanso de las piernas que ya iba pidiendo el cuerpo. Recuerdo que tuvieron que pasar un par de días hasta que encontré de nuevo las plantas de mis pies. Done, finito, terminado.

Hasta la próxima aventura, que presumiblemente será en Segovia.

Aquí os dejo un amplio muestrario de las fotos que hice en Toledo:

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