Pues si, Nápoles es una ciudad que ni se imagina, pero que existe en la imaginación de muchos, seguramente. Nápoles es tan ciudad como cualquier otra, como Roma, como París, como Split, pero ninguna es tan maravillosa en lo suyo como lo es Nápoles.
Nápoles es una de las ciudades más antiguas de Europa. Ya de por si, la Neápolis griega es antigua, pero es que esta ‘nueva ciudad’, que lo que significa Neápolis, fue fundada como contraste a una vieja ciudad que yacía a escasos kilómetros de allí, llamada Parténope, que fue colonia de la cercana ciudad de Cumas, que según algunas fuentes fue la primera colonia en Italia que fundaron los griegos, concretamente expedicionarios de la isla de Eubea.
Según la mitología, Parténope fue una sirena que había sido antes humana, pero que fue transformada en mitad mujer mitad pez por la diosa Afrodita. Esta sirena, junto con otras, se topó con el barco de Odiseo, -Ulises para los latinistas-, que regresaba de Troya. Las sirenas cantaban, hacían eso para perdición de los marineros, que al oír su canto se volvían locos y se lanzaban al mar. Pero Odiseo sabía por Circe que no debía escuchar el canto de las sirenas, por lo que ordenó a todos sus hombres que se pusieran cera en los oídos mientras que ordenó que a él lo ataran al palo mayor del barco y que no lo desataran baja ninguna circunstancia, pues sabía que la locura le llevaría a querer desatarse como fuera. Esta empresa tuvo éxito, por lo que, por alguna extraña tradición de las sirenas, cuando no lograban cobrarse una víctima humana, una de ellas debía morir. Esta suerte, o mala suerte, le tocó precisamente a la sirena Parténope. Las olas llevaron su cuerpo sin vida a la playa, donde fue enterrada. Y de ahí nació la ciudad de Parténope.
Hasta ahí la mitología. A partir de ahí comenzó la historia. Primero vino Roma, y tras la caída de esta el Imperio Bizantino, luego los normandos, después el Sacro Imperio Romano Germánico, la Corona Aragonesa, Francia, España, la Francia Napoleónica, el Reino de las Dos Sicilias y, por fin, el Reino de Italia.
Visité Nápoles los días 23 y 24 de noviembre de 2016 como parte de un viaje que me llevó a Roma, porque aterricé allí, a Nápoles, a Pompeya, a la Costa Amalfitana, a Tivoli (la Tibur de los antiguos romanos) y finalmente a Roma, porque desde allí volví a Madrid.
Cuando estás en Nápoles hay una cosa que está siempre contigo dondequiera que vayas y que está ahí casi dondequiera que mires. ¿Qué es? ¿qué será? Pues muy fácil, es una montaña, un volcán, y se llama Vesuvio. Hay que estar allí para sentirlo, no es una amenaza, pero impone. Es como el guardián de la ciudad pero, joder, a la vez es su némesis. En cualquier caso, compañero inseparable de todos los partenopeos.
El Vesuvio es un volcán activo, esto quiere decir que frecuentemente presenta fumarolas y actividad de perfil bajo, pero que puede estallar en cualquier momento. Su fama se la debe a la erupción acaecida en el año 79 d.C. que destruyó completamente las ciudades de Pompeya y Herculano, situadas en sus faldas. Hoy el Vesuvio es un volcán demasiado peligroso, ya que se haya ubicado en una zona en la que viven más de tres millones de personas. Por si esto fuera poco, su última erupción fue en el siglo XX, concretamente en 1944, año en el que destruyó la localidad de San Sebastiano.
Si no recuerdo mal, nos alojamos en un impresionante edificio de apartamentos, viejo, no destartalado, pero si con un claro aroma añejo. Una especie de insula de aquellas de la vieja Roma de los antiguos romanos, llena de arcadas, pasillos, cuerdas para tender la ropa y ropa tendida, y un ascensor que transformaba un poco aquello con su modernidad, que no casaba con ese entorno, pero que sin duda hacía la vida más fácil a los vecinos que allí residían. Por dentro, el apartamento era totalmente diferente a lo esperado: moderno, cómodo, limpio.
Aunque no recuerdo exactamente la calle en la que pasamos las noches, puedo decir sin temor a la equivocación que estaba en el barrio de San Ferdinando, en la zona del Pallonetto di Santa Lucía, y que nuestro primer objetivo fue el Castel dell’Ovo, en la costa. Este castillo del huevo, que así se llama, está situado en un islote, llamado de Megaride, y es un castillo legendario. Según se dice, Rómulo Augústulo, para el que no lo sepa último emperador romano de Occidente, fue encerrado allí, bueno, en otra fortificación entonces existente, se supone. El castillo, tal como lo vemos, fue construido en 1128 por los normandos y usado como palacio por los reyes de Nápoles, donde también se situaba el tesoro del reino. Su nombre proviene de otra leyenda antigua que cuenta que el poeta romano Virgilio había escondido en él un huevo mágico que evitaría que el castillo, y por ende la ciudad, fueran destruidos en una catástrofe.
El segundo punto de nuestro recorrido fue la Piazza del Plebiscito. Esta plaza es muy llamativa por sus columnas, y recuerda ciertamente a la Piazza San Pietro del Vaticano.
La Piazza del Plebiscito es un punto muy importante de Nápoles, ya que en ella se encuentra el Palacio Real, así como otros dos palacios más, el Palacio de la Prefectura y el Palacio Salerno; aunque, sin duda, lo que más destaca del conjunto, es la Basílica de San Francisco de Paula, que es a Nápoles, lo que la Basílica de San Pedro es al Vaticano.
Al norte de la plaza comienza otra de las calles más importantes de la ciudad, que es la Vía Toledo. Esta calle comienza, como hemos dicho, junto a la Piazza del Plebiscito, en una plaza aneja llamada Piazza Trieste e Trento, y se dirige hacia el norte durante 1,2 kilómetros hasta llegar a la Piazza Dante. Durante ese recorrido recto, se encuentran calles importantes, plazas, iglesias y palacios, pero lo que más encontraremos es vida, ajetreo, cultura popular y voces, voces de gente que habla y se comunica.
La Via Toledo fue construida en 1536 por el virrey, español, por supuesto, Pedro Álvarez de Toledo, que le da el nombre, y discurre de forma paralela a la antigua muralla que habían construido en esa zona los aragoneses. Como curiosidad, esta calle se llamó Via Roma desde 1870 hasta 1980, unos buenos años, para celebrar a la capital del recién creado, por aquel 1870, Reino de Italia.
En 2012 se inauguró la estación de Toledo, del Metro de Nápoles, que pudimos visitar y donde hay una especie de homenaje al Vesuvio, una abertura en el techo que imita la erupción del volcán, con luce y sonidos. El ambiente circundante recuerda al del interior de una piscina por sus teselas de color azul.
Sin embargo, antes de meternos en la Via Toledo, visitamos la Galleria Umberto I, construida entre 1887 y 1890, en una zona de calles y callejones donde abundaban tabernas, prostíbulos y gente de todo tipo, aunque abundaban los del tipo malo. Estos hechos, sumados al malísimo entorno higiénico, hicieron que se pensara hacer algo por parte de las autoridades. Fruto de la Ley para el Saneamiento de la ciudad de 1885 se decidió construir esta galería comercial, eligiendo en concurso la propuesta de Emmanuele Rocco, posteriormente ampliada por Ernesto di Mauro.
La Galleria Umberto I, dedicada a Humberto I, rey de Italia (ellos lo escriben sin H) tiene cuatro brazos que se cruzan en un crucero con forma octogonal donde se ubica una gran cúpula, muy visible. El interior está cubierto por una estructura de hierro y vidrio. En el suelo, el pavimento muestra mosaicos con diferentes decoraciones, que son un poco posteriores al resto de la construcción, concretamente de mediados del siglo XX, pues substituyeron a los suelos originales que se encontraban en malas condiciones, sobre todo por la guerra.
Lo curioso que nos pasó allí es que se nos acercó un chaval, un lugareño que vendía ahora mismo no sé el qué, pero que al ver nuestra sensación de “pero-qué-me-estás-contando-tío-déjame-no-me-atraques”, nos miró fijamente y nos dijo casi en español “No somos bandidos”. Y seguro que no lo son, pero cuando eres turista tienes que protegerte de maleantes, aprovechados y cualquier mal género de personas. También hay que decir que no tuvimos ningún problema con los napolitanos en ningún momento. Se ve muy claro que son muy diferentes de romanos y milaneses, que son mucho más estirados y se ve claramente que tienen mucho más dinero, y que ese dinero se lo gastan en elegancia, como dice aquel. El napolitano es más normalito, menos presumido, los hombres suelen dejarse barba y las mujeres son como Sophia Loren (bueno, no, pero ojalá).
Después de salir de la galería nos acercamos hacia el Castel Nuovo y la Piazza del Municipio, donde está la Fontana del Nettuno, como lo llaman allí. Pero vayamos por pasos. El Castel Nuovo es una fortificación junto al mar construida en la época de Carlos de Anjou al trasladar la capital del Reino de Nápoles y Sicilia desde Palermo hasta Nápoles en 1266. Estamos hablando de la Edad Media, para el despistado. Una vez terminado el castillo en 1282, y tras pasar las Vísperas Sicilianas, una serie de revueltas acaecidas en Sicilia, la corte de Carlos de Anjou comenzó a habitar el castillo en 1285. Reinando Alfonso V de Aragón se reforzaron sus muros para poder resistir a la nueva artillería de aquella época, y se construyó el arco triunfal de la puerta principal. A lo largo de toda la historia, ha recibido ataques varios, de los franceses, de los españoles, etc.
La Piazza del Municipio está junto al castillo y recibe su nombre por que en ella está el Palazzo San Giacomo, sede del ayuntamiento de Nápoles. La plaza data de la primera mitad del siglo XVI, como la famosa fuente que representa a Neptuno que se encuentra en el centro de la plaza y es obra de Giovanni Domenico D’Auria sobre un diseño de Domenico Fontana. La fuente estuvo ubicada en diferentes lugares de la ciudad, como, por ejemplo, la Piazza del Plebiscito o en el Borgo Santa Lucía, cerca del Castel dell’Ovo. En realidad, no ha estado en su ubicación actual hasta el año 2015.
De la Piazza del Municipio pasamos a los llamados Quartieri Spagnoli, los barrios españoles, que quedan en la parte oeste de la Via Toledo. Es el centro histórico de Nápoles, donde predominan las calles pequeñas, en damero, y por tanto, rectilíneas y creando manzanas cuadradas regulares. Estos “barrios” se crearon en el siglo XVI, lo que explica su nombre, ya que estaban pensados para que vivieran en ellos los soldados españoles que servían de guarnición para la ciudad ante posibles revueltas de los napolitanos. Sus calles se convirtieron en lugar de proliferación de casas de mala nota, donde abundaba el crimen, y actualmente no se puede decir que no haya problemas sociales.
Caminando hacia el norte por la Via Toledo en dirección a Piazza Dante, pero antes de llegar a ella, queda a nuestra derecha el llamado Spaccanapoli, cuya traducción es “partenápoles”. Esta vía, que recibe varios nombres a lo largo de su recto recorrido, es el antiguo decumano inferior de la antigua ciudad griega. El decumano mayor, que en Nápoles es la Via dei Tribunali, era la calle principal de una ciudad propuesta en dirección este-oeste, siendo cruzado en el centro por el cardo, que era la calle principal propuesta en sentido norte-sur. El Spaccanapoli es el decumano inferior, es decir, la calle que está inmediatamente al sur del decumano mayor. Obviamente, estas son denominaciones romanas, los griegos que fundaron Nápoles usaban otras palabras para estas calles. En griego, el decumano recibía el nombre de πλατεία (plateía).
El Spaccanapoli alberga un buen número de conventos e iglesias, hecho que hizo aumentar su importancia en la Edad Media, ya que esto llevó también a los poderosos a edificar allí sus mansiones.
No hace falta andar mucho por el Spaccanapoli para llegar a una plaza importante, la Piazza del Gesù Nuovo, donde se erigió en 1470 el edificio que da sentido a esa plaza: lo que hoy es la Chiesa del Gesù Nuovo y anteriormente fue el Palazzo Sanseverino. El edificio destaca por su fachada almohadillada que procede de su época palaciega.
En cuanto a la plaza, en el centro está situado el Obelisco de la Inmaculada, construido en mármol blanco a mediados del siglo XVIII. Justo en ese lugar, antes del obelisco, estaba situada una estatua ecuestre dedicada a Felipe V de España, obra que fue destruida por las tropas austríacas al entrar en la ciudad en 1707.
Siguiendo por el Spaccanapoli en dirección este llegamos a otra iglesia, esta vez la Chiesa di San Gregorio Armeno. Esta iglesia no está realmente en el Spaccanapoli, sino en la calle que lleva su nombre, metida un poco hacia dentro, entre el Spaccanapoli y la Via dei Tribunali o decumano mayor. Estamos ante el punto neurálgico e irradiador, -como diría pomposamente Íñigo Errejón-, de la costumbre del pesebre o belén navideño. Aquí se originó todo y Carlos III lo trajo a España al igual que la lotería. En este punto uno se encuentra cientos y cientos de cositas relacionadas con el belén, portales, figuras, decoraciones, un punto impresionante y muy artístico, porque las figuras no son del todo a cien, son auténticas obras de arte raras de ver en otro sitio que no sea aquí. Tuvimos suerte de viajar en una época del año que nos dejara ver todo eso.
La Via di San Gregorio Armeno nos llevó a la Via dei Tribunali o decumano mayor. En este punto continuamos un poco nuestro camino hacia el este para encontrarnos con otras dos iglesias. La primera es la Chiesa dei Girolamini, monumental, decorada con oro, mármol y madreperla; la segunda el Duomo di Nápoli, es decir, la catedral de la ciudad, que probablemente ocupa un lugar donde se erigió un importante templo de Apolo, y que tiene el baptisterio más antiguo de Occidente. En realidad, esta catedral reemplazó en la época de Carlos de Anjou a otra mucho más antigua que podría datar del siglo IV, construida en época de Constantino.
A partir de este punto volvimos por nuestros pasos por la Via dei Tribunali para llegar a la Piazza Dante, que es un espacio casi semicircular adosado a la Via Toledo. En el centro hay una estatua dedicada a Dante Alighieri, muy reconocible por esa prominente nariz con puente que la iconografía siempre ha regalado al padre de las letras italianas.
La plaza se llamó originalmente Largo del Mercatello por realizarse allí uno de los mercados de la ciudad desde 1588. Su forma actual se la dio el arquitecto Luigi Vanvitelli en el siglo XVIII como homenaje a Carlos III de España, llamado en el Reino de Nápoles Carlos VII. La estatua que preside el lugar es obra de los escultores Tito Angelini y Tommaso Solari hijo, y fue inaugurada en 1871, justo cuando se le dio el nombre del poeta a la plaza.
Desde la Piazza Dante seguimos andando en dirección oeste buscando la Stazione Montesanto en la que nos esperaba un funicular que nos llevaría colina arriba al barrio de Vomero, concretamente a la estación de Angelini Sant’Elmo.
Vomero es un barrio situado en una colina a una altura maravillosa para tener una visión panorámica de la bahía de Nápoles, y más aún si subimos a un edificio más alto: para ello nos dirigimos al Castel Sant’Elmo. Este castillo medieval es hoy un museo, y aunque no lo digan, es también un excelso mirador. Su nombre, aunque no lo parece en absoluto, proviene de Erasmo, ya que desde el siglo X hubo una iglesia dedicada a este santo. Hoy, como decimos, es la sede del Museo Napoli Novecento 1910-1980 y también lugar para el disfrute de exposiciones temporales, entre las que destaca últimamente el Salón Internacional del Cómic “Napoli Comicon”.
Y aquí mismo, en una fortaleza y con la ciudad y la bahía a nuestros pies, controlándolo todo como haría un buen vigía, vimos atardecer primero y anochecer después. Tocaba ir a dormir y a la mañana siguiente despedirnos de una gran ciudad, con corazón, con personalidad, que no olvidaré nunca; y poner rumbo a la ciudad que barrió el volcán, Pompeya. Pero esto lo dejamos para otro momento.
Y aquí mismo, en una fortaleza y con la ciudad y la bahía a nuestros pies, controlándolo todo como haría un buen vigía, vimos atardecer primero y anochecer después. Tocaba ir a dormir y a la mañana siguiente despedirnos de una gran ciudad, con corazón, con personalidad, que no olvidaré nunca; y poner rumbo a la ciudad que barrió el volcán, Pompeya. Pero esto lo dejamos para otro momento.
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