Sigo con mis reportajes de lugares que he tenido el privilegio o la suerte de visitar, fotografiar y conocer. Sin salirnos de Estados Unidos, vamos a visitar una ciudad pequeña, si la comparamos con Nueva York, Los Ángeles o Chicago, por ejemplo; pero que me sorprendió muy positivamente: la capital del estado de Tennessee, Nashville, la capital de la música country, y eso me encanta.
Pero Nashville no sólo es la capital de Tennessee y de la música country, en ella también está la sede del condado de Davidson. Pese a su condición de capital, no es la ciudad más poblada de Tennessee, ya que en ese capítulo se ve superada por Memphis, ciudad que visitaremos otro día. Por Nashville cruza el río Cumberland, que debe de ser el río más melómano del mundo: no sabe la suerte que tiene, así como las más de 626 mil almas que habitan la ciudad, aunque me imagino que entre ellos habrá algún descarriado al que no le gusten las melodías placenteras de Euterpe.
Nashville es una ciudad de apodos, ya que tiene al menos dos por los que es notablemente conocida. Uno es, con toda lógica, Music City; y el otro, menos conocido, es el de “Atenas del Sur”, ganado también a pulso por la calidad de sus instituciones educativas y por su arquitectura neoclásica.
Lo primero que sorprende al visitar la calle Broadway, el lugar en el que se concentran todos los garitos de música o honky tonks, es que te encuentras en medio de una melodía que eres incapaz de escuchar. En la calle todo está mezclado, se oyen tres o cuatro baterías por un lado, que si miras a las fachadas podrás ver; otras cuatro o cinco guitarras por otro; y quién sabe si cinco o seis voces. Es algo maravilloso para alguien que disfruta con la música y aunque se intente, no se puede explicar correctamente con palabras: hay que estar allí para verlo, pero, sobre todo, para sentirlo.
El sentimiento, siendo diferente, me recordó a cuando visité Las Vegas. Recuerdo entrar en la habitación del Flamingo, dejar las cosas encima de la cama, descorrer las cortinas y descubrir aquella visión de la ciudad acompañada de esa música constante, ese runrún de bulliciosa actividad. Aquí en Nashville sucede algo parecido: si estás cerca de la calle Broadway, la música no tiene fin.
Sin embargo, mi viaje no comenzó por el centro de la ciudad, sino en uno de los meandros que hace el Cumberland al noroeste. Lo primero que hice fue visitar el Cooter’s Place y el Museo de Willie Nelson. En el Cooter’s Place podemos encontrar toda clase de memorabilia de la serie de televisión The Dukes of Hazzard, emitida desde finales de los 70 y hasta mediados de los 80 y que contaba las aventuras de dos primos que luchaban contra las injusticias en el condado de Hazzard siempre montados en su flamante Dodge Charger de 1969 con la bandera confederada pintada en el techo, el famoso General Lee que daba título a la canción que cantó Johnny Cash y que está incluida dentro de la banda sonora de la serie:
Justo al lado de Cooter’s está el Museo de Willie Nelson. Quizá muchos de vosotros no conozcáis a este compositor y cantante de country, pero si vierais una foto de él, quizá dirías que ese tipo os suena. En realidad, el problema es únicamente la cultura y la distancia. Willie Nelson es una celebridad en Estados Unidos y especialmente entre los seguidores de la música Country. Es una de las principales figuras del llamado outlaw country, surgido en los 60 como reacción al conservadurismo del sonido Nashville. Pero si Nelson es una celebridad en Estados Unidos no sólo es por la música, sino que a ello se suma su participación en más de treinta películas, que ha escrito varios libros y que es un conocido activista a favor de la legalización de la marihuana. El hombre nació en 1933 y todavía sigue entre nosotros.
En su museo se puede encontrar cualquier tipo de artículo con su cara o efigie, todo lo que uno se puede imaginar. Y es una parada obligada si vas a visitar el Nashville Palace, que es precisamente lo que hay justo al lado. Allí comí unas alitas de pollo con patatas fritas mientras tuve mi primer contacto en directo con la música country. Incluso tuve mi pequeña participación cuando la cantante empezó a preguntar a los asistentes de dónde venían. De Ohio, decían unos; de Connecticut, decían otros; y de España, dije yo, cuando se dirigió a mí. Tras la sorpresa por lo lejano, la mujer me preguntó si me gustaba la música country, a lo que respondí: “Yes, I do“.
Tras estas visitas, me planté en el lugar donde se levanta el Nissan Stadium, al otro lado del Cumberland, un lugar muy interesante para conocer el centro de Nashville y poder hacer una buenas fotos del perfil de la ciudad. Desde allí, la ciudad se ve como una imagen de imán de nevera, todos los edificios forman un todo unido muy uniforme y muy bien montado. Allí se quedó el coche y a partir de ese momento tocaba patear. El acceso a Broadway Street se hace por un puente muy transitado que ofrece al fotógrafo numerosos lugares donde plantar el trípode y hacer tomas nocturnas.
Una vez recorrido por completo el puente casi penetramos en el meollo de la ciudad. Nos encontramos con la música, con el bullicio de gente y de sonido, con los neones y con el calor de la ciudad. Y es ahí donde uno empieza a disfrutar y a darse cuenta de la ciudad en la que se está metiendo.
El segundo día de estancia en la ciudad lo aproveché para ir a visitar la réplica del Partenón que hay en la ciudad, concretamente en Centennial Park. Yo ya había conocida la existencia de esta locura por la serie de televisión Nashville, que narra las peripecias de varios cantantes de country y que os recomiendo, ya que está llena de música. Es un culebrón, eso si, pero la música es un gran aliciente, si os gusta el country.
El Partenón de Nashville fue construido en 1897 con motivo de la Exposición del Centenario de Tennessee, es decir, de una exposición que conmemoraba el primer centenario de la inclusión de Tennessee como estado de la Unión. El Partenón era uno de otros muchos edificios y monumentos basados en los originales, como por ejemplo las pirámides de Egipto. Lo que se ve hoy es un segundo edificio, ya que el primero, como los otros que se crearon para la exposición, estaba hecho en escayola, madera y ladrillo y pensado para ser desmontado al terminar la exposición. El Partenón gustó mucho a los habitantes de Nashville, tanto, que se decidió mantenerlo para la ciudad, pero como no estaba construido para durar, tuvo que construirse otro segundo Partenón más robusto. En 1920 se demolió el primer edificio y se construyó la segunda versión en hormigón, siendo todavía más fiel al original.
En su construcción participaron numerosos expertos en el edificio original que estudiaron minuciosamente todos los detalles de los mármoles de Elgin, conservados en el Museo Británico. A esto debe añadirse la decoración policromada, porque si, los edificios antiguos no eran blancos como los vemos y como los solemos imaginar, sino que estaban pintados y a veces de colores bastante atrevidos: el Partenón de Nashville quiso, aunque con bastante mesura, imitar también esa decoración policromada.
Dentro del Partenón de Nashville, como sucedía en el Partenón de Atenas, hay una estatua “crisoelefantina” de la diosa Atenea, en su advocación de “Párthenos” o “virgen”. Esta estatua no lleva tanto tiempo en pie como el propio edificio, ya que fue creada en 1990 por Alan LeQuire. La estatua original, creada por Fidias, era crisoelefantina, esto es, estaba hecha de oro y marfil. Esta estatua tiene 13 metros de altura y representa a la diosa Atenea vestida con armadura completa, sosteniendo el escudo con el brazo izquierdo y una pequeña estatua que representa a la diosa Niké (la Victoria) en la mano izquierda. Junto al escudo hay una enorme serpiente que, como animal ctónico por antonomasia, confiere a la diosa el poder de la tierra. La estatua fue recubierta de oro en 23,75 quilates en 2002, ya que en un principio no se consideró reproducir fielmente al completo la reproducción de la gran obra de Fidias.
Actualmente, dentro del Partenón de Nashville hay un museo que mantiene cuatro galerías de arte que posee 63 pinturas de artistas americanos de los siglos XIX y XX.
Antes de volver a Broadway Street visité el Capitolio de Tennessee, que es el lugar donde está la sede de la legislatura del estado de Tennessee. El edificio es obra de William Strickland y, como no podía ser de otra forma, -aunque todos los capitolios de Estados Unidos van por ese lado-, es un gran homenaje a la arquitectura neoclásica. Y la verdad es que el Capitolio de Tennessee parece ser un ejemplo de arquitectura neoclásica más atinado, ya que, al igual que otros diez capitolios, carece de cúpula, elemento arquitectónico que desconocieron los clásicos más clásicos.
En el entorno del Capitolio de Tennessee tiene una gran presencia la figura de Andrew Jackson, séptimo presidente de Estados Unidos entre 1829 y 1837. Vi allí al menos dos estatuas de él, y la razón de tanta presencia se debe a que Andrew Jackson murió precisamente en Nashville el 8 de junio de 1845.
De nuevo en Broadway Street, tomé un último aliento de la ciudad más musical, entré a uno o dos honky tonks más, escuché a tres o cuatro grupos más, y ninguno, os aseguro que ninguno, era malo. El nivel que hay en la ciudad es tremendo, son gente muy buena, buenos baterías, buenos guitarristas, buenos cantantes. Y la música no para, todos los honky tonks están llenos desde las 11 de la mañana hasta las 3 de la madrugada, y algunos tienen cuatro plantas.
No sé si alguna vez volveré a Nashville, lo más seguro es que no. Pero si tuviera la más mínima oportunidad de hacerlo, no dudaría ni un instante. Nashville es música y, por tanto, Nashville es vida. Nashville es otra historia.
Más fotos de mi visita a Nashville: