Nunca antes había asistido a un musical. Este pasado sábado cambié eso asistiendo a uno. Fue mi primera experiencia con este género. José María Guzmán nos invito a Carlos y a mí al estreno de un musical llamado “El país de la luz” que se vertebra alrededor de sus canciones.
Había quedado en encontrarme con Carlos en Conde de Casal, como hacemos habitualmente, pero una serie de circunstancias me llevó a Rivas-Vaciamadrid, por lo que al final quedamos allí. Después nos dirigimos a Alcobendas y todavía sin bajar del coche ya vimos a mucha gente haciendo cola para entrar a La Esfera. Aparcamos lo más cerca que pudimos y nos dirigimos andando hacia el lugar. Teníamos que recoger unas entradas en taquilla que José María Guzmán nos había dejado.
De entrada nos llevamos una sorpresa: no había butacas, sino un espacio atestado de sillas plegables. Muy juntas, demasiado juntas. Con el paso del tiempo descubriríamos que no eran los asientos más cómodos del mundo, ni mucho menos. Tras unos pequeños problemas para encontrar nuestros sitios correctos nos sentamos y las luces se apagaron.
Comenzó a sonar la música. Los ejecutantes estaban escondidos detrás de una especie de pantalla traslúcida que dejaba ver sus siluetas. La música era un popurrí de canciones de Guzmán, breves segundos de cada canción que se iban sucediendo uno detrás de otro y que me costaron identificar en su mayoría, pero la música era, claro está, de Guzmán. Eso no se podía dudar.
Y salieron los actores, un chico y una chica, y rompían porque el chico estaba siempre pensando en un antiguo amor que perdió. También perdió a esta otra chica. Toda la historia del musical giraba en torno a este hecho, el protagonista y su obsesión por ese antiguo amor que debe superar con ayuda de su tío y de sus amigos si quiere progresar en su propia vida. Y si, llegó el momento en el que se pusieron a cantar. Primero el amigo del protagonista, luego el protagonista, luego el tío del protagonista.
Algunas canciones entraban mejor dentro de la historia y quedaban, por tanto, mejor justificadas dentro del hilo conductor de la trama; otras encajaban más duramente. Sonaron canciones como “Perdí mi oportunidad”, “Somos”, “Hay días”, “Dile al mundo que te trata mal” o “Muévete, diviértete”. Es mi primer musical así que no tengo otros con los que lo pueda comparar. En cuanto a las voces, eran muy mejorables. Supongo que en los musicales priman los actores que cantan sobre los cantantes que actúan y que esto es así salvo en algunas contadas ocasiones. Encontrar el equilibrio a esta cuestión no debe ser nada fácil y seguramente, para un musical, es mejor alguien que sepa actuar bien -aunque su técnica vocal sea muy mejorable-, que alguien que cante estupendamente pero sea rematadamente malo a la hora de actuar.
La primera parte del espectáculo se me hizo amena -al contrario que a Carlos, que se le hizo más pesada que la segunda-, pero tras el descanso lo que siguió, que creo que fue más largo que la primera parte, se me hizo algo más tedioso.
En general, no estuvo mal como primer acercamiento a un género teatral desconocido para mí. Cada vez había más gente en el escenario y las canciones me iban siendo más cercanas y más conocidas. Se dieron momentos intensos y otros más cómicos. También momentos coreográficos más extraños, como cierto baile en el que unas muchachas estaban tiradas literalmente por el suelo y no muy coordinadas. Nada que no sea propio del mundo del espectáculo en directo.
Cuando terminó la obra y se presentó el elenco para los consecuentes aplausos, apareció Luis Pérez Lara en representación del Centro Cultural Blas de Otero, que dio las gracias a todos los que habían hecho posible el espectáculo e invitó a subir al escenario a José María Guzman que, subido al escenario, nos dio una lección de como estar en él.
No pudo irse sin cantar la canción que da nombre a la obra, “El país de la luz”, únicamente acompañado por una guitarra. Tras la interpretación, le fue entregado un muy merecido disco de oro y se tomó la foto de familia de rigor.
Aquí os dejo un video de Guzmán interpretando la canción en otra actuación que he encontrado por ahí. Créditos a su autor.
Y Carlos y yo, viendo que nos sería imposible en un período razonable poder saludar a Guzmán y a Elaine antes de irnos, decidimos salir del recinto hacia el coche a través de una noche que cada vez se había hecho más gélida.
Conde de Casal nos esperaba, ahora si, y el autobús 332 que lleva a Rivas-Vaciamadrid.
Así terminó nuestra primera experiencia con el género musical. Quizá todavía no estábamos preparados para acudir a un estreno de postín en la Gran Vía, pero estuvo bien. Fue una buena inversión de tiempo. Y siempre está bien arropar a un amigo como José María Guzmán, un músico que nos resulta especial, cercano, experimientado y un gran compositor del que hay muchas cosas que aprender. No se hacen musicales con las canciones de todo el mundo. Esto es algo especial.