Los psicólogos infantiles, en ocasiones, tienen que tratar en los niños la frustración que a veces sienten cuando sus ilusiones se desvanecen delante de sus ojos. Es una parte dura de la infancia, muy formativa, pero dura para un niño. A los adultos nos ocurre lo mismo, pero contamos con la experiencia acumulada año tras año y, ¿por qué no decirlo?, frustración tras frustración.
El pasado jueves conduje a El Jardín de María a Béjar, a un concierto en el Gastrobar Martoni. Resultó ser un sitio acogedor, con buena comida y buena gente, y un refugio para ese frío que surge cuando el sol se va que, por estas fechas, comienza a reinar en nuestros quehaceres.
En un principio mi plan era visitar las murallas de Ávila, y una vez en Béjar, donde haríamos noche, visitar y fotografiar el Palacio Ducal y después tomar una foto de toda la ciudad desde una posición más alta al otro lado de la vieja carretera. Aquí es donde comenza el tema de la frustración con la que hemos iniciado esta publicación: las murallas de lejos, el palacio en la imaginación y la foto desde las alturas en el limbo. Por supuesto, de dormir alli nada de nada.
Son cosas que pasan cuando pasan. No siempre podemos cumplir nuestros planes al 100 por 100, y a veces ni siquiera podemos empezar a cumplirlos. Cosas de la vida: la frustración forma parte del tinglado.
Nuestro viaje comenzó a eso de las 15 horas en nuestra base de Rivas-Vaciamadrid. El plan era llegar a Béjar pasando por el Puerto de la Cruz Verde, -un lugar que tenemos ya bastante conocido-, evitando peajes y autopistas, si. La duración estimada era de unas 3 horas de ida y otras tantas de vuelta. El sol nos acompañó frontalmente buena parte del viaje, hasta que comenzó a bajar y las montañas fueron aliadas y hasta que luego, final y felizmente, desapareció.
Realizamos una primera parada en un puente que hay en la M-505 cerca de la frontera entre las provincias de Madrid y Ávila. El panorama no era tan impresionante como me había imaginado en pasos anteriores por aquel lugar, pero no pude aguantarme y tomé alguna que otra foto.
Proseguimos viaje y no mucho después pasamos por Navalperal de Pinares, ya en Ávila, localidad que ya conocemos y en la que hemos tocado un par de veces, en el Asador Galán, buena gente. Ya se iba haciendo de noche y las fotos al pie de las murallas medievales de Ávila se hacían imposibles: el contraluz dejaba poco a la visión y ningún flash llega tan lejos como para iluminar unas murallas tan imponentes. Ni pensé por un segundo acercarnos al punto que tenía designado, por lo que proceguimos carretera adelante hasta llegar a Béjar a las 19.30 h. en punto.
Hacía un puntito de frío cuando Carlos descubrió que su chaqueta no estaba en el coche. Enseguida determinamos, -era lo mejor-, que se había dejado la chaqueta en casa, sobre la cama (al final así fue), y pasamos a la prueba de sonido. Por suerte el coche lo pude aparcar en la puerta, en un sitio de carga y descarga que quedaba libre de multa a las 20 h.
El concierto comenzó sobre las 21 h. El Gastrobar Martoni estaba atestado, costaba ir al servicio, costaba pedir copas o un pincho de tortilla. Los allí congregados eran gente que rondaba los 50 o incluso más en su mayoría. Algún joven entró y se quedó junto a la puerta y al escenario mientras tomaba una cerveza y algún aperitivo. El concierto fue muy bien, la gente cantó, se divirtió y grabó videos para el recuerdo.
Tras el concierto nos prepararon una cena carnívora que nos supo de maravilla y poco más quedaba por vivir de aquella noche. Faltaban diez minutos para la medianoche cuando emprendimos camino nocturno hacia Madrid. Tres horas de carretera y noche. Por suerte, a mí me encanta conducir de noche, sin tráfico, sin camiones, sin gente que no circula a mi ritmo.
En una paradita para hacer nuestras necesidades descubrimos un cielo estrellado que se presentaba magnífico. Era digno de ser inmortalizado, pero a veces no se puede lo que uno quiere (¿verdad?), así que tras presenciar una curiosa imagen con Carlos gritándole a los perros que labraban en una de las fincas de las inmediaciones, volvimos al coche y a la carretera. Y a la soledad, porque por fortuna el que no se duerme es el que conduce.
Llegamos a Rivas sobre las 3 de la madrugada, 12 horas después de haber salido de nuestra base. Otro día más superado. Pronto volveremos a viajar, concretamente a Campo de Criptana, donde ya hemos estado, ¿podré hacer alguna fotillo de los molinos que allí Don Quijote imaginó como amenazantes gigantes?
Buen reportaje, pero he de matizar algo. Yo no le gritaba a los perros, los perros y yo nos comunicábamos entrando así en una especie de comunión humana-perruna.