Me gusta el centro de Madrid, pero no me gusta el tráfico y coincidir con tanta gente. Este martes tuve la oportunidad de bajar al centro -yo vivo en el norte- con mi padre en autobús para hacer unas compras navideñas. Cogimos el 147 en Plaza de Castilla y nos bajamos en Jacometrezo, al final del trayecto, junto a la plaza de Callao.
Callao estaba repleta, no de gente pasando por allí, sino de gente congregada por algún motivo -luego supimos que había un acto de la alcaldesa- frente a los Cines Callao. La plaza de Callao es el Times Square madrileño, no llega a tanto, pero es lo más parecido que tenemos en Madrid a un sitio donde el neón, el led y el capitalismo van de la mano en pro del consumismo.
La calle Preciados nos conduciría a Sol. No estaba operativa la famosa y muy actual unidireccionalidad de la calle, ya que esa controvertida medida se activa únicamente sábados y domingos, según tengo entendido.
Como siempre, en esta calle, a uno le asalta una legión de jovencitos papel y boli en mano para que firmes y dones dinero a alguna causa benéfica. Siempre hay gente merodeando los escaparates y yendo de un lado para otro -repito que no pude experimentar eso de ir todos en la misma dirección, pero a buen seguro que es algo cómodo y satisfactorio-, aglomeraciones en la puerta de El Corte Inglés y gente al fondo, ya en la Puerta del Sol.
Allí teníamos la misión de comprar lotería de Navidad y, como era previsible, nos encontramos con colas en todos los puestos de venta oficiales. Hay que decir que no era algo excesivo, al contrario de lo que habíamos podido ver en Preciados al pasar a la altura de Doña Manolita: una auténtica locura que sólo he visto igual en alguna famosa pizzería de Napoles.
La Puerta del Sol también es un poco Times Square, o eso al menos diría mi hermano Patxi al ver la cada vez mayor cantidad de personas vestidas de superhéroes, de soldados de asalto imperiales de la Guerra de las Galaxias o de personajes de los Simpsons. Tras superar la cola y comprar los décimos de lotería, pusimos rumbo a la calle Mayor, concretamente a una tienda de carteras, cinturones y maletas donde mi padre quería comprar precisamente unas carteras de Protección Civil, especialmente preparadas para el carnet y la placa y todo lo que se necesita.
La tienda se llama Mayorpiel, tiene dos plantas y un personal que te atiende presta y exquisitamente, y perfectamente uniformado. Los productos de cuero de buena calidad son caros, pero merecen la pena. Los productos chinos sólo superan a los buenos productos en el precio de adquisición.
Tras dejar la tienda nos dirigimos a la Plaza Mayor en busca de una tienda de sombreros. Si, mi padre quiere un sombrero para la cabeza, muy original su uso. Cruzamos la calle Mayor y tomamos la calle de Postas hasta llegar a la calle de la Sal, donde se abre uno de los famosos arcos que van a dar a la Plaza Mayor.
La tienda de sombreros se encontraba precisamente en la esquina que estaba más cerca de nuestro punto de entrada a la plaza. La tienda resultó ser carísima, con sombreros que iban desde los 80 hasta los 150 euros -entre los que vi, no descarto que los hubiera otros todavía más caros- y también tenía varios pisos y personal especialmente preparado para el trato con el cliente.
En un principio yo me dirigí cámara en mano a reconocer la plaza y sus famosos puestos navideños. Lo primero que advertí fue que había una abundante presencia policial, algunos de estos policías portaban voluminosas armas de repetición. Este año no vi la decoración de cubos de años anteriores, y no reparé en la instalación de ningún tiovivo, aunque no puedo asegurar que no estuviera allí, ya que mis movimientos por la plaza fueron algo limitados.
Tras mi pequeño paseo reconocí la tienda de sombreros y no pude encontrar a mi padre en ninguna de las dos plantas que tuve a bien revisar. Salí a la puerta de la tienda y allí me encontré enseguida con él. Evidentemente, con esos precios, llevaría la cabeza despejada, y yo pensé inmediatamente en la nave industrial que tienen los chinos en Rivas, allí habrá algún sombrero de invierno que le guste.
Volvimos a la calle Mayor en busca de tiendas donde vendieran material del ejército o similar, ya que buscábamos una insignia de Protección Civil para una de las carteras afines que habíamos comprado. Tampoco tuvimos éxito en esta tarea, por lo que decidimos dirigirnos de nuevo rumbo a la puerta del Sol para subir por la calle Montera, por si allí pudiéramos encontrar sombreros o insignias.
Ni una cosa ni otra. Llegamos a la Gran Vía y nos topamos, como es normal siguiendo esa ruta, con el edificio de la Fundación Telefónica.
Nuestra siguiente parada era exactamente eso: la parada del autobús. Volvimos por Gran Vía hasta Callao y la calle Jacometrezo. Allí nos esperaba el 147. Llegamos, como casi siempre en estos casos, con una premisa: si hay sitios para sentarse lo cogemos; si está lleno nos esperamos al siguiente.
Había sitios.
Y así terminó nuestro breve viaje relámpago por el centro de Madrid. Aquí os dejo alguna foto más que no he podido incluir en el texto. Madrid siempre se disfruta, de una forma o de otra. Por lo menos esta vez ningún travestí me ha ofrecido sus servicios sexuales. Supongo que eso debe ser costumbre más de por la noche.