Paseos por España: 1.200 kilómetros a través de Fuerteventura

Este 2024 lo he empezado viajero. Gracias a esas cosas que tiene la vida y que suceden como un regalo de vez en cuando he podido viajar por segunda vez a las Islas Canarias y por vez primera a la isla de Fuerteventura. Allí he podido pasar una semana con sus siete días conociendo esta pequeña maravilla que es Erbania, Maxorata o Fuerteventura, el nombre castellano, aunque originariamente en francés, que todos conocemos y que, según dicen, se lo debemos a los aventureros normandos que conquistaron las islas canarias orientales para la Corona de Castilla, al frente de los cuales estaba Jean de Béthencourt.

La oportunidad surgió como parte de un trabajo, en este caso, de un concierto de El Jardín de María que salió en aquellas tierras y que, de hecho, fue el primero, -y esperemos que no el único y último, que hemos dado fuera de la Península Ibérica. ¿Y cómo conocimos la isla? Pues como se debe, con la inestimable ayuda de la tecnología, es decir, de internet, preparando siete itinerarios de norte a sur, de sur a norte, y sin olvidarnos tampoco del este, del oeste y del centro. También fue fundamental el coche que alquilamos en CICAR, la empresa de referencia en Canarias para este menester.

Cuando voy a un lugar por vez primera me gusta organizar las cosas de tal manera que sepa lo que voy a ver, pero al mismo tiempo, sin ver lo que quiero ver. La cosa es saber lo que se va a ver, pero de una manera vaga, pero construir el concepto allí, en el propio lugar, y sentir de alguna manera que todo lo que vemos es fresco y nuevo. No es una cosa fácil, porque hay que entender el concepto sin ver el concepto, comprender lo que uno va a ver, sin verlo.

En cualquier caso, yo ya lo he comprobado por vosotros: en siete días se puede conocer Fuerteventura y su espíritu perfectamente. Y aquí os dejó mi experiencia, aunque si me leéis irremediablemente veréis el concepto y ya no podréis comprenderlo sin verlo, como a mí me gusta.

Día 1: Aeropuerto, Tarajalejo, Playa de Sotavento de Jandía y Morro Jable [146,95 km.]

Tras dos horas y media de avión desde Madrid tengo que decir que se llega a Fuerteventura con el culo cuadrado en un avión de aerolínea de bajo coste. No es un vuelo largo si se compara con un transoceánico, pero muy cómodos los aviones de una lowcost no son, no vamos a engañarnos. Además del alivio que supone alejarse del avión lo primero que uno nota es el cambio de clima. Llegas a una tierra soleada en enero, y la gente va en manga corta. ¿No es algo estupendo para ser invierno?

El Aeropuerto de Fuerteventura es pequeño, pero no se necesita nada más. Los aeropuertos modestos son mejores, más cómodos y tienen su encanto por esto mismo. Uno vez aterrizados, Carlos Moraleda, Luis Molina, -nuestro guitarrista para esta ocasión-, y un servidor nos fuimos al mostrador de CICAR para buscar nuestro coche de alquiler. Aquí llegó la primera sorpresa, ya que había reservado un Opel Corsa, lo más barato que había, ya que no necesitábamos más y había que ajustarse al presupuesto, pero nos lo mejoraron a un Opel Mokka por las molestias de tener que lidiar con un depósito vacío y luego tener que montárnoslo para entregarlo igualmente en la reserva.

Así pues, tras recoger el coche y dar tres vueltas por el aparcamiento del aeropuerto por no saber salir de él, lo primero que hicimos fue ir a la gasolinera que hay justo al lado del aeropuerto y empezar a gastar el dinero de nuestro presupuesto para toda la semana. De ahí ya salimos a la carretera en dirección sur, hasta nuestro apartamento para toda la semana, situado en la localidad costera de Tarajalejo, que pertenece al municipio de Tuineje.

Playa de Tarajalejo - ©JMPhotographia

La isla de Fuerteventura, como sucede con las demás islas, está dividida en una cantidad pequeña de municipios que, a su vez, tienen varias localidades o núcleos poblacionales. En nuestro caso hay 6, de norte a sur: La Oliva, Puerto del Rosario, Betancuria, Antigua, Tuineje y Pájara, que es el mayor en extensión y que cubre buena parte del sur de la isla. En todos los casos el nombre del municipio es también el nombre de una localidad, que es, evidentemente, donde está el ayuntamiento.

Tras una breve parada por el lugar donde al día siguiente íbamos a dar el concierto, llegamos a Tarajalejo. Es esta una pequeña localidad con una modesta playa pedregosa de arena grisácea oscura con pequeñas tiendas, un bar-restaurante con una terraza en la misma playa, y un paseo marítimo extendido que, curiosamente, sigue después de que el propio pueblo ha ya terminado. Si Tarajalejo estuviera en Alicante, tendría muchos más hoteles y apartamentos de vacaciones mucho más altos, pero que al estar en Fuerteventura tiene un sentido y una finalidad diferente, lo cual es algo que le hace mucho más auténtico. Como nota curiosa, está dividido como en dos partes, una ligada al mar y costera y otra interior en la pendiente de una colina. No es algo único en la isla, ya que el vecino pueblo de Giniginámar presenta una circunstancia parecida.

Luis Molina nos iba a acompañar únicamente dos días, por lo que teníamos que aprovechar el tiempo y conocer un poco la isla, ya que, en principio, Luis sólo disponía de la tarde de este primer día y de la mañana del segundo, puesto que por la tarde teníamos el concierto. Así pues, cogimos el coche y nos dirigimos hacia el sur para llegar a la Playa de Sotavento de Jandía, que es una de las cosas imprescindibles que hay que ver en la isla.

Luis y Carlos volviendo al aparcamiento de la Playa de Sotavento - ©JMPhotographia

La Playa de Sotavento de Jandía es… una playa muy larga. Se accede, como a muchas cosas en Fuerteventura, por una carreterita muy pequeña y en un estado un poco mejorable que, al final, deviene en una tramito de tierra que desemboca en un aparcamiento, también de tierra. Es una playa semivirgen, ya que a pesar de que no hay una población exagerada de edificios rodeándola y no dispone de un paseo marítimo al uso, sí que tiene algunos edificios en las cercanías por la parte por la que se puede acceder con el coche.

Lo primero que uno ve es que es una playa de arena fina y agradable del color amarillo tostado que se ve en las postales de las playas del Caribe o del Pacífico y que sus aguas, aunque la hora no era la mejor para distinguirlo, dado que ya era el atardecer, son de ese azul turquesa de las playas del Caribe o del Pacífico. Nosotros recorrimos una porción ínfima de sus casi 9 kilómetros de longitud y tuvimos nuestro primer incidente: nos convertimos en unos pisacharcos y nos llenamos las zapatillas de barro, unos más que otros.

Después de pasear por la playa aspirando el aire marítimo y oyendo el rumor del suave oleaje que allí se suele dar, y tras restaurar nuestro calzado como pudimos, cogimos de nuevo el coche y nos dirigimos un poco más al sur. No nos dio tiempo a mucho más, fotográficamente hablando, ya que llegó la noche, así que decidimos desplazarnos hasta Morro Jable para ver el ambiente nocturno que allí se da.

Morro Jable es un pueblo costero situado casi en la parte más al sur de la isla. Es un destino popular diurno, pero en lo que respecta a la noche, es de los lugares más animados de Fuerteventura. Su paseo marítimo está lleno de restaurantes, tiendas, locales donde encontrar esparcimiento y diversión, música, baile y todas esas cosas que se hacen mejor por la noche que por el día. No era nuestra intención penetrar tanto en el mundo de la noche, ya que no teníamos el tiempo ni el presupuesto para ello, por lo que un poco de Morro Jable bastó. Además, Carlos y yo volveríamos otro día para verlo mejor, y de día. Por ello, decidimos volvernos a Tarajalejo a descansar, porque sí, la verdad es que estábamos cansados por el madrugón, el avión y la emoción de estar en Fuerteventura.

Día 2: Playa de la Pared, Observatorio astronómico de Sicasumbre, concierto y más [166,50 km.]

El segundo día en Fuerteventura estuvo marcado, como es obvio, por el concierto de El Jardín de María, que sería a las 6 de la tarde. Teníamos, por tanto, toda la mañana para explorar un poco más la isla. Yo empecé por darme una vuelta por Tarajalejo, subirme por caminos polvorientos a las alturas circundantes y pasarlo mal, porque arrastraba todavía la maldita gripe A que me había atacado en los primeros días del año. Con el paso de los días mejoré, pero por aquel entonces el polvo de la colina se me metía en los pulmones y me atacaba una tos muy molesta que me incapacitaba para empresas tan sencillas como subir por un camino polvoriento.

Tejados de Tarajalejo - ©JMPhotographia

Cuando Carlos y Luis estuvieron listos cogimos el coche y nos fuimos a tener nuestro primer encuentro con la costa occidental de la isla. Dadas las circunstancias no nos podíamos ir muy lejos, por lo que escogí el pequeño pueblito de La Pared, que tiene una playa pedregosa – mucho-, pero interesante.

Esta playa no tiene nada que ver con la de Sotavento, ya que tiene sólo unos 250 metros de longitud, pero tiene rocas grandes y pequeñas que le dan un aspecto de lugar salvaje, al que ayuda también sus airadas olas, algo que parece propio de la costa occidental y no tanto de la costa este.

Esta playa es un lugar afamado por sus atardeceres, algo que, lamentablemente, estaba todavía muy lejos de suceder. Como todavía teníamos tiempo, nos fuimos más hacia el norte para adentrarnos por primera vez en las montañas de Fuerteventura y acudimos al primero de muchos miradores que nos esperaban en el camino. Allí, en el mirador astronómico de Sicasumbre nos aguardaba el viento más fuerte que nos encontramos en toda nuestra estancia. Simplemente impresionante: costaba caminar y el viento salvaje nos lanzaba sobre el cuerpo pequeños granos de tierra que hacían daño.

Dos hombres posando en una playa con un acantilado a la izquierda y mucha espuma en el agua
Carlos Moraleda y Luis Molina en la Playa de la Pared - ©JMPhotographia

Debemos confesar y confesamos que no subimos adonde teníamos que subir debido a este fortísimo viento, y por ello nos conformamos con una plataforma intermedia que distaba unos metros de la cima donde realmente está el mirador.

Como todavía teníamos tiempo y lo previsto era comer en el apartamento, decidimos seguir con el coche y visitar Pájara y Tuineje, que, como he dicho, son dos de las localidades cabeceras de sendos municipios que llevan esos mismos nombres. Los encontramos muy parecidos de aspecto y no nos bajamos del coche, simplemente los recorrimos lo más despacio que nos fue posible, y después volvimos a Tarajalejo.

Sobre las 16.30 llegamos al lugar de nuestro concierto, el llamado Sitio de Violante, que no distaba mucho de nuestra base de Tarajalejo. Nos había contratado Cahora para la fiesta de 60 cumpleaños de su padre. Fue una fiesta por todo lo alto, con dos grupos musicales, castillos hinchables para regocijo de los más peques y comida y bebida por todos lados.

Actuación de El Jardín de María - ©JMPhotographia

Después del concierto tuvimos un poco de aventura, ya que Luis Molina había estado buscando planes alternativos para su estancia en la isla. Así pues, dejamos el equipo que habíamos alquilado allí en la casa y nos fuimos hacia el norte, casi hacia el aeropuerto, a la localidad que llaman Costa de Antigua, lugar en el que Carlos y yo dejamos a Luis, que al final terminó quedándose un par de días más en casa de una amiga.

Día 3: Hacia el norte por la costa oeste, Dunas de Corralejo y El Cotillo [237,60 km.]

Nuestro tercer día en la isla estaba marcado por la última misión profesional que nos quedaba. El equipo que habíamos alquilado se había quedado en el lugar del evento del día anterior, por lo que había que quedar con las personas que nos lo alquilaron en el mismo Sitio de Violante para devolvérselo y arreglar cuentas. Sin embargo, eso era a las 13 horas, por lo que antes podríamos hacer algunas visitas en lugares cercanos.

Siendo ésta la situación lo que hicimos fue visitar Gran Tarajal, localidad costera cercana a Tarajalejo y un poco más grande que éste. Su población es de unos 8 mil habitantes y tiene una playa de arena negra de aproximadamente un kilómetro de longitud. La arena de esta playa se formó por la actividad de los volcanes de la isla, por lo que es un testimonio de la actividad geológica de Fuerteventura.

La arena negra de la playa de Gran Tarajal - ©JMPhotographia

Una vez recorrida la playa y el puerto, y viendo que todavía teníamos más de una hora hasta nuestra cita en el Sitio de Violante, nos decidimos a aprovechar el tiempo visitando el Faro de la Entallada, que no quedaba lejos en dirección contraria, es decir, hacia el este.

Para llegar hasta ese lugar hay que acometer una subida por una carretera estrecha, tanto que no caben dos coches a la vez en sentidos contrarios y que, por este extremo, tiene cada cierta distancia unos apartaderos donde los coches pueden realizar esperas para permitir que los coches que van en la otra dirección puedan pasar.

El faro de La Entallada fue construido a principios de la década de los 50 y entró en servicio en diciembre de 1954 con el cometido de señalizar las costas orientales de la isla para la navegación marítima, y para tal labor está situado entre los faros de Morro Jable al sur y de Puerto del Rosario al norte.

Costa de Fuerteventura desde el Faro de la Entallada - ©JMPhotographia

Una vez cumplidos nuestros compromisos en el Sitio de Violante emprendimos nuestro viaje hacia el norte de la isla por una de las carreteras principales de Fuerteventura. No era la primera vez que circulábamos por ella, ya que la usamos para llegar a Tarajalejo desde el aeropuerto y el día anterior para llevar a Luis a Costa de Antigua. Me estoy refiriendo a la carretera FV-2, que va desde Morro Jable, en el sur, hasta Puerto de Rosario, lugar en el que se encuentra con la otra carretera principal de la isla, la FV-1, que llega hasta Corralejo. Esas dos carreteras, por la costa oriental, vertebran toda la isla de norte a sur y, actualmente, hay dos tramos de autopista, uno en cada una de las vías, pero el proyecto es que algún día todo el trayecto desde Corralejo hasta Morro Jable sea una autopista, aunque queda mucho tiempo para ello.

Nuestro primer objetivo era ir a Castillo Caleta de Fuste a ver una piscina natural formada en la costa. Seguramente la marea impidió una mejor visión de tal piscina, porque el caso es que sólo vimos una pequeña cala donde debería haber una piscina. En cualquier caso nos dimos un paseo por aquella costa entre resorts llenos de alemanes y gaviotas disfrutando del sol.

Visto eso, y tras encontrarnos con un pasaje lunar muy atractivo que nos dio una idea fílmica, volvimos al coche y nos dirigimos a la ciudad más grande de Fuerteventura, a la sazón su actual capital, que quedaba sólo un poco más al norte, una vez pasado el aeropuerto.

Puerto del Rosario es grande, y destaca como ciudad donde otras localidades no dejan alcanzan a pasar de su condición de pueblos. Ser pueblo o ser ciudad no es nada que deba considerarse bueno ni malo, porque es ambas cosas simultáneamente. Cuando llegábamos en avión ya tuvimos la oportunidad de divisar desde el cielo la ciudad, y ahora, aunque con no mucho tiempo para explorarla, estábamos ahí. Comimos en la zona del puerto, vimos un gran crucero fondeado allí y paseamos por la Avenida de los Reyes de España, donde me llamó la atención una zona de edificios muy vistosos y curiosos.

Avenida de los Reyes de España de Puerto del Rosario - ©JMPhotographia

Un poco más al norte está el Parque Natural de las Dunas de Corralejo. Una vez llegados allí el color de todo se vuelve del amarillo de la arena del desierto. Se trata de una franja costera de 2,5 por 10,5 kilómetros que, según nuestra dirección, se interpone en nuestro camino a Corralejo. El parque está dividido en dos sectores, mientras que el norte es predominantemente arenoso con innumerables dunas de arena blanca, el sur es más volcánico, con colores ocres y rojizos, con formas más rugosas y contundentes.

Todo el parque está muy limpio, inmaculado, y a nadie le entran ganas de ensuciarlo, lo cual es para celebrarlo. Nosotros visitamos principalmente Playa Larga, aunque también paramos un poco más al norte más tarde. Nos centramos en la playa, en la parte oriental de la carretera, pero hay más dunas y más dunas al otro lado de la carretera, y allí, supongo, la sensación de desierto debe ser mayor.

Dunas de Corralejo - ©JMPhotographia

Tuvimos una tarde diáfana de pleno sol y cielo azul totalmente despejado, lo cual nos dejó una idea de cómo debe ser toda esta zona en verano. Por suerte nosotros tuvimos muchísimo menos calor. Contentos por haber conocido las dunas de Corralejo nos fuimos al propio Corralejo.

Corralejo es otra ciudad y recorrer sus calles lo afirma como tal. Es también una población muy viva, con mucha gente por la calle, con ambiente playero, con tiendas repletas de gente y terrazas de restaurantes ocupadas a cualquier hora del día. Aparcamos lejos de todo ese bullicio y salimos a recorrer la ciudad con nuestras propias piernas. El instinto nos llevó a la playa, y allí pudimos disfrutar de la zona a la que todo el mundo acude, aunque sea inconscientemente.

Playa Corralejo - ©JMPhotographia

El sol ya estaba empezando a estar bajo y teníamos que ver todavía varias cosas y hacer unos cuantos kilómetros en pistas de tierra a baja velocidad, por lo que no pudimos quedarnos mucho tiempo conociendo Corralejo.

La idea era visitar las dos “playas de palomitas” que hay en el norte de la isla, por lo que cuando encontramos el camino correcto, nos metimos en la pista y viajamos a unos 30 km/h hasta llegar primero a la playa El Mejillón, que fue en la que nos paramos más tiempo.

Se trata de otra playa virgen, con la única compañía de un chiringuito de surferos, llena de rocas negras y de unas pequeñas cosas blancas que se parecen en todo a palomitas. No es una playa de arena, es una playa de rodolitos, que es el nombre de esas cosas que parecen palomitas y que son restos de algas calcáreas.

Carlos lanzando "palomitas" en la Playa El Mejillón - ©JMPhotographia

La segunda playa de palomitas es la de Majanicho, situada junto a este pueblo del mismo nombre. El sol estaba ya realmente bajo, el invierno no perdona, y no podíamos quedarnos allí mucho tiempo, ya que nuestro último punto de visita del día era El Cotillo, localidad costera de noroeste de la isla en el que quería llegar al atardecer para hacer alguna foto de larga exposición con filtro de densidad neutra.

La playa de Majanicho quedaba más lejos del aparcamiento lo cual también nos alejó de acercarnos a la orilla. Así que no tardamos el volver al coche e irnos a El Cotillo. La idea era ver El Cotillo, pero no hubo ocasión ya que se hizo de noche. El resultado final fue una foto del pueblo desde la Playa Chica y tomar la decisión de volver otro día para ver el pueblo con mayor detenimiento.

Fotografía de larga exposición en la Playa Chica de El Cotillo - ©JMPhotographia

Y ahí terminó nuestro día más ocupado y también nuestra ruta más larga. Ya de noche volvimos a Tarajalejo, pero siguiendo la regla del turista, ya que, aunque fuera de noche, volvimos por una ruta diferente a la de la ida, lo que nos permitió pasar por Tefía, Almacigo, La Ampuyenta, Antigua, Agua de Bueyes, Tiscamanita y, de nuevo, Tuineje.

Día 4: Hacia el sur, Península de Jandía, faros y Playa de Cofete [158,57 km.]

La ruta del cuarto día era interesante, ya que suponia muchos kilómetros en la zona más inhóspita y deshabitada de Fuerteventura. Íbamos a ir hacia el sur, traspasar el Morro Jable y adentrarnos por pistas de tierra para conocer los faros de la punta más occidental y la playa de Cofete.

Nuestra primera parada llegó pronto, ya que fue en La Lajita. Se trata de un pueblito de pescadores con una playa pedregosa muy fotogénica con barcas y casitas de pescadores. A pesar de que lo tradicional está totalmente a la vista, en los últimos años se ha impulsado también el desarrollo turístico, sobre todo por su cercanía a Costa Calma, que sí es un gran centro turístico y que fue nuestro siguiente punto de interés.

Costa Calma podría ser ya algo semejante o parecido a una localidad costera de Castellón o de Málaga. Hay un gran desarrollo hotelero y turístico junto a la playa. En nuestro paseo por allí vimos muchos complejos de apartamentos a pie de playa. Y de nuevo una playa de arena fina, con tumbonas y todos los servicios.

Playa de Costa Calma - ©JMPhotographia

Más hacia el sur hay un mirador que llaman “del Salmo” en el que hay unas estupendas vistas sobre la Playa de Sotavento de Jandía. No podíamos dejar de visitarlo y la verdad es que no defrauda. Gracias a él tuvimos la ocasión de ver con otro color y con otra perspectiva una de las playas más importantes y famosas de Fuerteventura.

De ahí partimos hacía otra playa, la de Esquinzo, que para nosotros ya siempre será “la playa de la pirámide de cervezas y de las ardillas”, ya que allí fue exactamente eso lo que nos encontramos. Esquinzo es otro pueblo lleno de apartamentos para turistas, muy desarrollado urbanísticamente en ese sentido y con todos los servicios que puede necesitar un turista.

Las ardillas son muy comunes en Fuerteventura - ©JMPhotographia

Nuestro último contacto con la “civilización” fue nuestra vuelta a Morro Jable, a la que llegamos esta vez de día y que nos sirvió de base para comer y tomar un helado. Lo cierto es que no conocimos el centro histórico sino básicamente el faro y la playa del Matorral, que es, por cierto, bastante curiosa.

La playa está cubierta de vegetación, por lo que es una playa “verde”, y por si fuera poco, hay una especie de lago poco profundo, una especie de humedal de la Florida, por lo que hay que pasar si uno quiere llegar propiamente hasta la orilla del mar. Realmente la playa tiene una longitud de 3 kilómetros y está dividida en varias zonas, de las que nosotros sólo visitamos la zona del faro, que es la que está marcada por el humedal de Saladar. Por otras partes de la playa se puede acceder a la orilla de una manera mucho más diáfana.

Faro de Morro Jable en la Playa del Matorral - ©JMPhotographia

El Faro de Morro Jable es bastante grande, por lo que es muy difícil no reparar en él. Se alza sobre el suelo 60 metros de altura, teniendo 11 metros de diámetro en su base y 7 en su parte superior. Por lo demás, es blanco y bastante reciente, ya que entró en servicio en 1996 de una manera totalmente automatizada. Su luz se ve desde 20 millas náuticas de distancia.

El humedal, por su parte, es un ecosistema bastante peculiar, ya que frecuentemente se llena de agua de mar y las plantas que allí viven han podido aumentar sus defensas contra la alta salinidad del agua desarrollando hojas gruesas y glándulas especiales para poder secretar el exceso de sal. En este humedal también viven y cazan algunas especies de pájaros, como tuve la ocasión de observar y fotografiar.

Después de comer volvimos al coche y rodeamos el casco histórico de Morro Jable hasta que la carretera de asfalto se convirtió en un poco cómodo, revirado e interminable camino de tierra. Nos adentrábamos en la parte más inhóspita y deshabitada de la Península de Jandía. Un lugar que hace millones de años fue una isla y que hace millones de años quedó conectada a otra isla con el llamado istmo de La Pared.

Nuestro primer destino en ese desierto donde lo único que podíamos ver es otros coches alquilados, algún ciclista con bici de montaña y algunos cabritos, fue el Faro de Punta de Jandía, al sur de la península. Se trata de un faro grande con un restaurante que en invierno debe estar cerrado. Cuando estás allí la isla no te engaña, estás al final de todo, en la punta donde termina la tierra y sólo queda el mar.

Puertito de la Cruz desde el Faro de la Punta de Jandía - ©JMPhotographia

De allí fuimos a otro faro que hay en la parte norte de la península, pero antes de llegar allí paramos para ver la Playa de los Ojos, que está en una hondonada que no supimos muy bien como salvar para llegar a la playa. No es que quisiéramos hacerlo, pero nos lo preguntamos, ya que vimos unas escaleras impracticables por lo que, obviamente, nadie podía bajar a la playa.

El otro faro, que recibe el nombre de Punta Pesebre, no tiene nada que ver con el de Punta de Jandía. Este no es más que una mera caseta con paneles solares en su techo y con una bombilla de un tamaño mucho más reducido del que todos tenemos en la cabeza cuando pensamos en el concepto de un faro. No obstante, allí había una buena panorámica de la costa norte de la península de Jandía, y casi podía divisarse la playa de Cofete, que era el próximo y último punto de nuestro itinerario de ese día.

Costa majorera desde el faro de Punta Pesebre - ©JMPhotographia

Para llegarnos a la playa de Cofete teníamos que desandar el camino y volver al Puertito de la Cruz, que está cerca del faro de Punta de Jandía, regresar un poco más aún hasta un desvío que habíamos visto en la ida y a partir de ahí tomar el desvío hacia Cofete y ascender bastante altura en no mucha distancia.

Tras unas cuantas vueltas de 180 grados llegamos al mirador de la Degollada de Cofete y al salir del coche nos sorprendió, -y mucho-, un gran viento que no sospechábamos que fuera tal cuando íbamos dentro del coche. No puedo decir si era mayor o menor al viento aquel del observatorio astronómico de Sicasumbre, pero puedo decir que era desagradable, porque también iba acompañado de algo de lluvia.

Durante este periplo por las carreteras de tierra de la península de Jandía nos encontramos por primera vez con la lluvia, lluvia en el desierto, por así decir. No obstante y pese a todo, las vistas desde el mirador eran espléndidas, majestuosas, sobrecogedoras como sólo puede sobrecogerte un espectáculo natural excepcional.

Playa de Cofete desde el mirador de la Degollada de Cofete - ©JMPhotographia

Nos quedaba camino todavía hasta llegar al poblado de Cofete y no mucha luz, ya que el día estaba muy nublado y lloviznoso. Seguimos por el camino de tierra bajando y girando y girando. Nos pusimos detrás de una motorista que no parecía ir muy cómoda en ese terreno y aceptamos su ritmo, porque tampoco era lento. Ante nosotros no tardó mucho en aparecer Cofete, un grupo de casas variopintas y disgregadas que se remonta a principios del siglo XIX cuando llegaron los primeros habitantes a la zona, campesinos y pescadores que vivían en condiciones bastante duras además del aislamiento propio de esa zona.

Pasado el poblado, el siguiente punto de interés es la llamada Casa Winter, una enigmática mansión construido en los años 40 por el ingeniero alemán Gustav Winter en la que parece se pudieron esconder algunos nazis esperando su momento para exiliarse a América. Algunos dicen que son leyendas, otros dicen que todo es real.

De la casa Winter pasamos a la playa de Cofete, que por su longitud de 13,7 kilómetros puede compararse con la Playa de Sotavento de Jandía, motivo por el que podría ser llamada perfectamente la Playa de Barlovento de Jandía, aunque nadie la llame así.

La playa de Cofete es espectacular, poder visitarla era mi mayor ilusión desde que supe que íbamos a hacer este viaje y me puse a investigar sobre Fuerteventura. A pesar de haberla visitado con tiempo malo, con el cielo nublado y oscuro, me pareció espectacular y me pude imaginar perfectamente cómo podía ser en verano. Es una playa larga, ancha y de una fina arena dorada que es un sueño, no hay nada alrededor que no sea el poblado, que ni se ve desde allí, y los picos de las montañas que tiene detrás. Es una playa de postal, ciertamente.

Carlos Moraleda disfrutando de la Playa de Cofete cuando ha caído el sol - ©JMPhotographia

Ni la luz ni las condiciones atmosféricas eran las mejores para hacer fotos, había poca luz ya y también estaba presente una especie de calima o niebla que enrarecía el ambiente. Carlos no pudo resistirse a disfrutar del momento y también hacían lo propio otros visitantes de la playa que andaban por allí y que se acercaron a la orilla para meditar con una silla plegable o incluso para pintar en un cuaderno. Ojalá algún día podamos volver ahí, porque la sensación de paz y de tranquilidad que nos invadió fue muy grande. Pero tuvimos que irnos, porque éramos sabedores de que nos quedaba un buen camino de carretera de tierra, de curvas, de ascensos y descensos, y todo mientras anochecía primero y era completamente de noche después. Era el momento de volver a Tarajalejo.

Día 5: Recorrido por el centro de la isla y visita a Ajuy y El Puertito de los Molinos [166,92 km.]

La idea para el quinto día era conocer las localidades del centro de la isla y hacer un par de desvíos a localidades de la costa occidental de Fuerteventura. La primera parada fue Pájara, la cabeza del municipio del mismo nombre. Aparcamos el coche y recorrimos un poco sus calles, pero nos pareció muy similar a otras ciudades del interior, con un ambiente característico de ese interior y diferente al ambiente de las ciudades costeras. Un madrileño prefiere las poblaciones costeras, así que nos fuimos a Ajuy, a ver las famosas cuevas que tienen allí.

La naturaleza geológica de Fuerteventura ha dejado una costa habitable, la oriental, y otra mucho más dura y peligrosa, ya que los barrancos de las montañas desembocan en la costa occidental. Esta orografía ha condicionado la fundación de poblaciones en la costa occidental, donde sólo hay tres núcleos de población como Ajuy, El Puertito de los Molinos y El Cotillo y alguna que otra urbanización aislada.

Ajuy está emplazado en la desembocadura de uno de estos barrancos y, por ello, está expuesta a riadas ocasionales. Su playa es de arena oscura y tiene unos 230 metros de longitud y un oleaje que normalmente es fuerte y ventoso. Además de lo pintoresco que puede resultar el pueblo, Ajuy tiene otro atractivo clarísimo, la visita de un grupo de cuevas que se han formado en el contorno inmediato de su costa. A pesar de que son varias las cuevas, la visita de la mayoría es simplemente visual, ya que sólo se puede entrar mediante unas escaleras a una de ellas.

Una de las cuevas de Ajuy - ©JMPhotographia

Pero, como siempre, el tiempo apremiaba, ya que el itinerario mandaba. Volvimos al coche y, con él, volvimos a Pájara para tomar la carretera FV-30, que une Pájara con Betancuria a través de un camino bastante montañoso. A ver, Fuerteventura es la isla menos montuosa de las Canarias, sus montañas no son especialmente altas ni abundantes, aunque evidentemente las hay. Las montañas se concentran en la parte central que estábamos visitando en este día. El itinerario decía que teníamos que parar en un par de miradores antes de Betancuria y en otro par después de Betancuria.

El primero de ellos era el del Risco de las Peñas y el segundo el de Las Peñitas. Con la altura se puede ver un alto porcentaje de la isla y un buen geólogo disfrutaría mucho de las vistas: colinas, valles, arbustos y poblaciones diseminadas y al fondo el océano.

Fuerteventura desde el mirador del Risco de las Peñas - ©JMPhotographia

Después llega Betancuria, una población muy pequeña en medio de las colinas que una vez fue capital de la isla durante más de 400 años, entre 1405 y 1834. Debe su nombre a Jean de Bethencourt, uno de los jefes de los caballeros normandos que en nombre de los reyes de Castilla conquistaron las islas occidentales del archipiélago canario.

Estadísticamente hablando, Betancuria es la localidad menos poblada de toda la isla y está considerada uno de los pueblos más bonitos de España, según rezan los carteles que allí se muestran. Lo cierto es que es un lugar muy agradable para pasear despacio y quizá esto se deba a que tiene bastante más vegetación que otros núcleos del interior.

Betancuria - ©JMPhotographia

Dejada atrás Betancuria, nos dirigimos a los otros dos miradores que nos quedaban por visitar en nuestra ruta. El primero y más importante, porque está en la propia carretera, es el de Guise y Ayose; y el segundo, para el que hay que tomar un desvío pequeño, es el de Morro Velosa.

El de Guise y Ayose toma el nombre de los dos jefes guanches que dominaban la isla en el momento de la conquista española y destaca por la presencia de dos grandes estatuas representando a estos jefes. Tiene dos plataformas, una a cada lado de la carretera, por lo que mira hacia el norte de la isla, pero también hacia el sur. Las vistas son espectaculares y podéis verlas en la galería que se incluye al final de este reportaje.

Carlos no pudo resistirse a retratarse con Guise y Ayose - ©JMPhotographia

El segundo mirador está un poco más alto aún y se llega a él muy rápido desde el primero. El mirador de Morro Velosa está orientado hacia el sur y desde él se puede ver perfectamente Antigua en la llanura y Betancuria entre colinas.

Terminada la ruta de los miradores, seguimos en dirección norte pasando por el Valle de Santa Inés y los Llanos de la Concepción y nos desviamos hacia el norte hasta llegar a la localidad de Tefía, donde hicimos una breve parada. Tefía es una de esas poblaciones de interior bastante disgregadas compuesta de casas bajas unifamiliares.

Para alternar interior y costa nos dirigimos después a la costa para conocer el Puertito de Los Molinos, otra pequeña localidad de pescadores situada en la costa occidental que no pasa de los 20 habitantes. En el aparcamiento que hay a la entrada nos sorprendieron una considerable cantidad de patos. La playa estaba llena de cantos y de guijarros, que, según parece, en verano desaparecen dejando paso a la arena. También parece que hay un pequeña cueva que se puede visitar únicamente cuando la marea lo permite.

Puertito de Los Molinos - ©JMPhotographia

Allí, en el Puertito de Los Molinos o simplemente Los Molinos, ya que veo que se estilan las dos denominaciones, vimos el atardecer, que no la puesta de sol. Partimos de nuevo hacia Tarajalejo, pero, como es costumbre, no volvimos por el mismo camino que habíamos llevado en la ida. Tomamos dirección a Casillas del Ángel, Tesjuate, Llanos Pelados, Rosa del Taro, Triquivijate, donde hicimos una pequeña parada, y después pasamos, como dos días antes, por Antigua, Agua de Bueyes, Tiscamanita y Tuineje.

Día 6: Más centro de la isla, El Cotillo de nuevo y ascenso al volcán [200,73 km.]

Nuestro sexto día fue el segundo día más abundante en kilómetros recorridos. El plan era volver al norte de la isla, visitar la zona de Tindaya, las localidades de La Oliva y Villaverde, ver El Cotillo de día y ascender al volcán Calderón Hondo, que sería nuestra última actividad de ese día.

Habíamos pasado con el coche un par de veces por Antigua cuando ya la noche le había ganado terreno a la luz y queríamos pasar de día por si veíamos algo que nos hiciera parar, pero no logramos ver nada que nos excitara lo suficiente como para salir del coche. Proseguimos pues hacia el norte hasta la montaña sagrada de Tindaya, que veríamos desde el mirador de Vallebrón, al otro lado de la carretera por la que circulábamos.

El caracter sagrado que le dieron los guanches a esta montaña debe explicarse por su aislamiento, porque lo cierto es que es una gran montaña en medio de una también grande llanura.

Montaña sagrada de Tindaya desde el mirador de Vallebrón - ©JMPhotographia

Después de visitar el mirador de Vallebrón dimos una vuelta por la propia localidad de Tindaya, que está al lado de la montaña, pero tampoco le vimos nada de extraordinario y, por  tanto nos dirigimos hacia La Oliva, segunda capital de la isla entre los años 1834 y 1860.

En La Oliva aparcamos justo delante de la Iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria y anduvimos un poco por las calles circundantes. No llegamos a ver la Casa de los Coroneles, que es un pedazo de historia de la isla, pues se trata del domicilio histórico que tenían los jefes militares y civiles de Fuerteventura, los coroneles, ya que un coronelato fue el desarrollo histórico del señorío que gobernó la isla desde el tiempo de los propios conquistadores normandos que se establecieron en Betancuria y que  se prolongó hasta las Cortes de Cádiz de principios del siglo XIX. Me dejo esta visita para la próxima vez que vuelva a Fuerteventura.

Después de acercarnos a una de esas tiendas en las que venden áloe vera y quedarnos escandalizados por el precio que piden por ello, volvimos al coche y nos dirigimos a la vecina localidad de Villaverde, donde destaca la presencia de un par de molinos tradicionales colocados, cómo no, en un altozano que, por cierto, me costó un poco encontrar.

Molinos de Villaverde - ©JMPhotographia

Ya tenemos experiencia con los molinos, ya que estuvimos dos veces en Campo de Criptana, también con El Jardín de María, y a pesar de que estos son diferentes en su arquitectura y materiales de construcción, sólo son dos o, por lo menos, sólo quedan dos.

Vistos los molinos de Villaverde nos quedaba volver a El Cotillo para pasear por sus calles y ver todo de día. Llegamos a la hora de comer, una hora un poco tardía de comer, pero hora de comer al fin y al cabo. Como es una población de la costa occidental hay bastantes olas, como comprobamos en el mirador llamado “Alto Grande”, desde el que tuvimos una magnífica vista de la playa del Muellito y de la parte costera más característica del pueblo, llena de terrazas de restaurantes y de fachadas de edificios de postal.

Playa del Muellito de El Cotillo - ©JMPhotographia

A pesar de haber comido ahí, nos esparcimos bastante y la altura del sol comenzó a descender, por lo que tuvimos que volver al coche y marcharnos al interior del norte de la isla para realizar nuestra última visita del itinerario de ese día. Volvimos por el camino por el que habíamos llegado, pasamos Lajares y nos desviamos a la izquierda por un camino de tierra hacia el norte. Esto fue al segundo intento, porque al primero me pasé, no logré ver el desvío. Tuve que llegar a una rotonda para poder dar la vuelta y desviarme por el camino de tierra que esta vez quedaba a mi derecha.

Tras un rato circulando a no más de 40 km/h llegamos a un aparcamiento sobre el que nacía un camino bastante incómodo construido a base de las piedras del lugar que acercaba a los visitantes a los pies del volcán. Carlos no tenía muchas ganas de realizar la ascensión porque pensaba que sería larga y penosa, pero al final me tuvo que seguir y se dio cuenta de que tampoco era para tanto. No tardamos en total más de 20 minutos entre el coche y la caldera del volcán.

Hay al menos dos caminos para realizar la ascensión, uno corto y más pronunciado, que fue el que elegimos nosotros, y otro más largo, pero también más tendido, que te deja justo en frente de la zona a la que se accede con el otro camino. Desde nuestra posición veíamos perfectamente las siluetas a contraluz de la gente que eligió el otro camino, que también les dejaba en una situación más alta.

Al volvernos al coche vimos a gente subiendo por un camino mucho más escarpado que nos pareció bastante peligroso, alguno se volvía, pero otros continuaban subiendo. Es el camino que podéis ver en la siguiente fotografía, a la izquierda de Carlos. El que usamos nosotros es el que aparece, -y casi no aparece-, en el límite derecho de la foto.

Carlos Moraleda ascendiendo al volcán Calderón Hondo - ©JMPhotographia

Volvimos al aparcamiento y nos esperaban 74 kilómetros para volver a Tarajalejo. Volvimos por otro camino distinto al empleado para llegar hasta allí, por supuesto. El GPS estuvo de acuerdo con esta determinación y nos ofreció un camino por la carretera principal, por la costa, con un tramo de autopista en la FV-1 y luego con otro tramo convencional en la misma FV-1 y otro tanto en la FV-2.

Día 7: Pozo Negro y Giniginámar [74,60 km.]

Llegados al día séptimo ya habíamos visto todo lo que teníamos que ver, o casi todo, si contamos con la cagada de no ver la Casa de los Coroneles. El séptimo día podía ser más tranquilo y podríamos usarlo para acercarnos a algún pueblito poco conocido o poco reseñado en las guías de viaje.

Este era el caso de Pozo Negro, otro pequeño pueblo costero de la costa oriental con unas pocas casas encaladas y una playa llena de guijarros, cantos y barcas de pescadores. Si Ajuy estaba al final de un barranco, Pozo Negro no era menos, pero este barranco está formado por el malpaís de alguna erupción de hace miles de años o quizá de millones de años.

Si miráis una foto satelital de la zona veréis que Pozo Negro está al final de una lengua de tierra oscura que proviene del centro de la isla. Ese es el malpaís, tierra que no es otra cosa que la lava de un volcán una vez enfriada y erosionada, llena de dificultades, surcos y otras deformaciones que es además, y por esto, inútil para la agricultura.

Playa de Pozo Negro - ©JMPhotographia

El segundo punto de visita era la vecina localidad de Giniginámar. Éste era un nombre que habíamos visto muchas veces en las cercanías de la rotonda de la FV-2 donde está el desvío para ir allí y el nombre nos pareció curioso. Pasamos por esa rotonda casi todos los días de nuestra estancia en Fuerteventura, porque es que además por el desvío opuesto de esa rotonda se llega al Sitio de Violante, lugar en el que dimos el concierto.

Giniginámar es otro pueblito pequeño de casas encaladas en lo que respecta a la parte que está frente a la cosa. Tiene otra parte más alejada del mar y más grande que está en el interior a una distancia razonable, como también ocurre con Tarajalejo.

La playa contiene arena negra debajo de unos espesos y pertinaces guijarros, como también ocurría en Pozo Negro. Se anda por ahí muy mal, con muchas dificultades y penurias. No nos quedamos mucho tiempo porque me entró un pensamiento en la cabeza en ese momento. Estaba en el océano Atlántico desde hacía muchos años que no lo podía visitar de cerca y no me había metido ni los pies en una de las muchas playas que habíamos visitado. Al día siguiente volvía a Madrid y eso no podía ser, así que había que bañarse, nada de meter lo pies, había que bañarse. Así que se me ocurrió hacerlo en Tarajalejo.

Playa de Giniginámar - ©JMPhotographia

Llevaba en el coche una toalla para emergencias desde el día en el que me puse de barro hasta arriba en la Playa de Sotavento y no la había usado nunca, así que la cogí, la dejé en el borde del paseo marítimo y me metí en el océano con cierta dificultad, ya que en la playa de Tarajalejo también hay bastantes piedras, y las más preocupantes son las que no se ven por estar debajo del agua y de la espuma.

A pesar de que el agua estaba fría, no me resultó doloroso el momento de secarme, ya que, por alguna razón, no tuve frío a pesar de que ya no estaba el sol, cubierto por algunas nubes y que ya no era precisamente el mediodía.

Una vez seco, volví al coche a coger la cámara y montar el teleobjetivo con la idea de retratar a alguna gaviota. Lo cierto es que de todas las que podía haber sólo había una, a la que tuve que molestar un poco.

Una gaviota en la Playa de Tarajalejo - ©JMPhotographia

Y así se terminó nuestra estancia de una semana en la isla de Fuerteventura. Sólo nos quedaba una noche en Tarajalejo y recorrer al día siguiente los últimos 50 kilómetros hasta el aeropuerto. Tenía ya el tanque de combustible en reserva y tenía que dejarlo en reserva, porque así me lo dieron, como os conté, así que de camino eché 5 euritos y proseguimos a coger el avión que nos trajo de nuevo a casa.

Si bien la ida no se hizo excesivamente larga, la vuelta me resultó más corta aún. Todo es psicología, a la ida vas con expectativas e ilusiones, con la mente vacía para llenarla de imágenes y experiencias, pero a la vuelta ya todos los recuerdos están dentro de tu cabeza, ya has disfrutado y no tienes esa capa de ansiedad que sí tienes a la ida. A la vuelta estás ahíto de todo lo que has ido a buscar, o al menos el cerebro opina que es así. No conozco ningún expansionador del alma mayor que viajar.

Aquí os dejo, como siempre, una galería de imágenes para que completéis la lectura con información visual, que es algo siempre más directo y objetivo que un relato hecho con mayor o menor torpeza. ¡Hasta la próxima aventura!

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