Ha sido realmente divertido y provechoso tanto anímica como físicamente recorrer el barrio de Palacio y obtener conocimientos y experiencias que, como madrileño, debía tener desde hace, francamente, bastante tiempo. Ahora vamos a cambiar de barrio y acercarnos a las cosas y a la gente que puede ofrecernos el barrio de Embajadores, para ello sólo tenemos que cruzar la calle de Toledo.
El barrio de Embajadores es el segundo barrio más grande del distrito de Centro, justo por detrás del barrio de Palacio. Se trata de un barrio de muy fácil delimitación, ya que sólo seis calles lo encierran: la calle de Toledo, las rondas de Toledo, Valencia y Atocha, la calle Atocha y la calle de Concepción Jerónima. Contiene casi 48 mil habitantes y destaca por contener calles más o menos rectas que extienden Madrid hacia el sur, donde se ubican las “rondas” que cierran el barrio. Se trata de un barrio fuertemente cosmopolita, donde se hablan muchísimos idiomas y se pueden ver gentes de todo tipo de raza y religión. Dentro de este barrio está la zona de Lavapiés, que podemos considerar casi un barrio en sí mismo.
El recorrido comenzó, como siempre, en la estación de Metro de Chamartín. Tomando la Línea 10 hasta la estación de Alonso Martínez y haciendo trasbordo allí a la Línea 5 que tomé hasta la estación de destino: La Latina. Hay que ir por la calle de Toledo hacia el norte para llegar, enseguida, a la Colegiata de San Isidro y al vecino instituto I.E.S. San Isidro, antiguo Colegio Imperial.
La Colegiata de San Isidro fue, hasta 1993 en que se consagró La Almudena, la antigua Catedral de Madrid. La iglesia fue construida en el siglo XVII como iglesia anexa al Colegio Imperial de la Compañía de Jesús. Pasada la mitad del siglo XVIII la iglesia fue expropiada tras la expulsión de los jesuitas y se vio convertida en colegiata. Carlos III decidió, porque es lo que hacían los reyes, que la nueva colegiata estuviera dedicada a San Isidro y mandó traer los restos mortales de éste desde San Andrés (juraría que aquellos dicen que el santo está allí) y los de su mujer, Santa María de la Cabeza. Después vino el sempiterno Ventura Rodríguez a arreglar los interiores. Al comenzar la Guerra Civil sufrió un incendio y un derrumbe parcial de la cúpula encamonada que allí se levantaba.
El Colegio Imperial de Madrid fue fundado por Felipe IV en 1625. Como ya hemos mencionado, estuvo gestionado por la Compañía de Jesús, orden religiosa que gozó del favor de la corte en aquella época. Su primer nombre fue el de Estudios Reales de San Isidro, pero más tarde pasó a llamarse Colegio Imperial por el favor de la emperatriz María de Austria, hijo de Carlos I y esposa de Maximiliano II del Sacro Imperio Romano, ambos emperadores. Su historia está vinculada a la de la Colegiata de San Isidro y por tanto, corrió la misma suerte que aquella: expulsión de los jesuitas, -aunque estos retomaron su gestión por un breve tiempo en el siglo XVIII-, hasta que finalmente se convirtió en un colegio laico en 1835. Aquí estudiaron Lope de Vega, Quevedo y Calderón de la Barca, entre otros.
Caminando en dirección sur, desde allí, por la calle de los Estudios se llega a la Plaza de Cascorro, y si es domingo, habrá Rastro y todo el espacio estará dominado por tenderetes que venderán cualquier cosa que uno pueda imaginar y necesitar y por gentes dispuestas a pasear, remirar y comprar cualquier cosa que alguien pueda vender. Se trata de un espacio que puede llegar a cansar y a intimidar, pero que hay que vivir y visitar.
Lo primero que aparece ante nuestros ojos, pasados los primeros tenderetes vendiendo esto y aquello es la mencionada Plaza de Cascorro y su famosa estatua de Eloy Gonzalo. No voy a extenderme mucho sobre esta figura, muy conocida. Se trata de un héroe de la Guerra de Cuba que se destacó por una acción militar de valentía. Se le pinta con un fusil, una cuerda, una antorcha y un bidón de gasolina.
En la zona hay tres restaurantes dignos de mención por la calidad de platos que sirven y por su antigüedad: la Casa Amadeo de los Caracoles, el Malacatín y el Bar Santurce.
Éste último se halla muy cerca de la Plaza del General Vara del Rey, un espacio que podríamos considerar el corazón de El Rastro. Se accede a ella girando a la derecha en la Ribera de los Curtidores, por la calle de las Amazonas. Allí se hallaban algunos mataderos en el siglo XVI que dieron origen a la palabra “Rastro”, pues esta palabra se refiere al rastro de sangre que procedía del traslado a rastras de los animales degollados hasta las curtidurías que se hallaban cerca del Manzanares. Hay que notar el nombre de algunas calles de esta zona como Ribera de Curtidores, calle del Carnero o calle de Cabestreros que recuerdan el tipo de industria que ocupaba antiguamente toda aquella zona.
Cruzando la plaza y girando a la izquierda entramos en la calle de Carlos Arniches, y sin mucho andar nos encontramos con el Museo de Artes y Tradiciones Populares. Se trata de un museo situado en el Centro Cultural La Corrala y que se formó gracias a la donación de Guadalupe González-Hontoria a la Universidad Autónoma de Madrid. Las piezas que guarda son cosas de la vida cotidiana de las gentes españolas, incluyendo la esfera doméstica, la agrícola y ganadera, los oficios artesanales y la religiosidad popular.
Callejeando en dirección suroeste se llega a la Puerta de Toledo, y a su lado, pero en el barrio de Embajadores, no en el de Palacio, está la Biblioteca Pedro Salinas, inserta en una especie de plaza o parque del o de la que no he sido hasta la fecha de hoy capaz de averiguar si tiene un nombre.
Volviendo por nuestros pasos y pasando por la calle del Carnero, me dirigí hacia la calle de Embajadores, atravesando el gentío de la Ribera de los Curtidores. Subiendo unos metros hacia el norte está el Teatro Pavón, hoy llamado por razones de patrocinio El Pavón Teatro Kamikaze. El teatro fue construido a finales del primer cuarto del siglo XX enteramente en estilo Art Decó. El edificio fue reformado en los años 50 y se transformó en cine, perdiendo toda su esencia original, pero tras varias vicisitudes, fue de nuevo reformado para recuperar su forma original de principios de este siglo.
Tras la visita al Teatro Pavón, y girando 180 grados para dirigirnos al sur por la calle de Embajadores, pasamos primero por delante de la Parroquia de San Millán y San Cayetano, un ejemplo del barroco madrileño con bastante historia, y después llegamos al Mercado de San Fernando, un mercado que tras décadas de deterioro y olvido se ha rehabilitado en los últimos años gracias al empuje de unos jóvenes que han reabierto hasta 20 puestos de venta.
Bajando todavía un poco más por la calle Embajadores y antes de llegar a la glorieta del mismo nombre, encontramos un pedazo de historia de Madrid: la antigua fábrica de tabacos o Tabacalera.
Se trata de un edificio del que, enseguida, vemos su vetustez y el signo del paso del tiempo sobre su fachada y sus ventanas. Lo cierto es que parece un edificio antiguo abandonado, pero no lo está: hoy en día es un centro de arte llamado Tabalacera. Aquí trabajaron durante más de un siglo muchas mujeres elaborando cigarros, las célebres cigarreras. El edificio se levantó a finales del siglo XVIII para albergar y producir los productos “estancados” del monopolio del Estado -la palabra “estanco” proviene de la circunstancia de que ciertos productos como el tabaco, el aguardiente o las barajas de naipes no podían venderse libremente sino bajo las restricciones impuestas por el Estado-, pero muy pronto quedó en exclusiva para la dedicación al tabaco. Sirvió para regularizar la situación de muchas mujeres que elaboraban cigarros en el barrio de manera clandestina. A finales del siglo XIX trabajaron en este edificio más de 6 mil mujeres en una ciudad que contaba con poco más de 300 mil habitantes.
Andando un poco más hacia el sur nos topamos con la Glorieta de Embajadores. A nuestra derecha emerge la Ronda de Toledo y a nuestra izquierda la breve Ronda de Valencia, que luego pasa a llamarse Ronda de Atocha hasta llegar a la Plaza de Carlos V, más conocida por el nombre que tuvo hasta 1941: Glorieta de Atocha.
Si recordáis la primera parte del recorrido por el barrio de Palacio, la cerca de Felipe IV que pasaba por donde está la Puerta de Toledo también lo hacía por la actual Glorieta de Embajadores, donde se ubicaba el llamado Portillo de Embajadores, un postigo menor de la cerca que fue derribado en 1868. En esta glorieta destaca la presencia de una antigua casa de baños, que todavía está allí, después de algún tiempo en el que no estuvo abierta al público.
Continuamos el paseo tomando la Ronda de Valencia el dirección al este, hacia Atocha. Justo antes de llegar a la calle de Valencia se levanta La Casa Encendida. Éste es un centro socio-cultural perteneciente a la Fundación Montemadrid. Se trata de un espacio de apoyo a los jóvenes artistas. Entre sus actividades están el teatro, conciertos, exposiciones, talleres de diversas artes, laboratorio de creación, centro de formación, espacio de reflexión, etc. El edificio data de 1911 y estuvo vinculado durante mucho tiempo a CajaMadrid.
Tomando la calle de Valencia hacia la izquierda, en dirección norte, llegamos a la inmediaciones de la Plaza de Lavapiés, donde se alza el Teatro Valle-Inclán. Este teatro ocupa el lugar del antiguo Cine Olimpia, reacondicionado en 1993. Desde 2005, año en el que fue inaugurado, es la segunda sede, -tras el Teatro María Guerrero-, del Centro Dramático Nacional.
Andando unos pasos hacia el norte entramos en el triángulo de la Plaza de Lavapiés. Allí desemboca la calle de Argumosa, cuyo otro extremo final está en la Ronda de Atocha. Al lado de la sede de la UNED que allí hay se erigió hace no mucho una placa que conmemora la figura de Manolo Tena, nuestro querido y recordado amigo, con el lema “Lo difícil no es volar sino aterrizar”.
La plaza es el centro neurálgico del antiguo barrio de Lavapiés, en el arrabal de la ciudad, y lugar donde se asentaron gran parte de los judíos -judeoconversos más bien- que permanecieron en España en época de Felipe II. Según se cuenta, en el centro de la plaza se situaba una fuente que dispensaba agua del cercano arroyo Abroñigal y que daría nombre finalmente a todo el barrio. Con el paso del tiempo y hasta el siglo XIX la zona se convirtió en un centro de actividad industrial, teniendo presencia allí una fábrica de coches, una fábrica de cervezas y la Tabacalera, de la que ya hemos hablado, que originariamente fue una fábrica de tabacos. A partir del siglo XX y hasta la actualidad, Lavapiés ha pasado por una reconversión que ha convertido el barrio en un lugar multiétnico y cosmopolita.
Tras bordear la Plaza de Lavapiés y tomar la calle del Tribulete en su totalidad hasta volver a la calle de Embajadores, entré de nuevo en el Mercado de San Fernando. Saliendo del mercado por la puerta norte llegué a la Plaza de Arturo Barea, lugar donde se levantan las Escuelas Pías de San Fernando. Estamos hablando de unos edificios en ruinas declarados “bienes de interés cultural” en 1996. Tuvieron su origen en el Colegio de San Fernando, construido en 1729. Se trataba de un colegio que acogía y se encargaba de la educación de gran multitud de niños pobres del barrio de forma gratuita gracias a numerosas e importantes donaciones de la ciudad y de la Monarquía. La cúpula que puede verse hoy en día y que destaca enormemente dentro del conjunto fue una iglesia levantada a finales del siglo XVIII.
Su estado ruinoso data de la Guerra Civil, ya que nada más comenzar la contienda, -concretamente un día después-, las Escuelas Pías fueron quemadas por miembros de la C. N. T. aduciendo que dentro se encontraban falangistas que habían disparado a los transeúntes. Los edificios no fueron reconstruidos tras la guerra, a diferencia de muchos otros, y se quedaron tal cual hasta la actualidad, si bien a principios del siglo XXI se produjo una pequeña rehabilitación para instalar allí una sede de la UNED.
Justo al lado de las Escuelas Pías, en la calle del Sobrerete está la Corrala que lleva el mismo nombre. Se trata, quizá, de la corrala más grande y mejor conservada de Madrid. Fue construida en 1839 y reformada más tarde a finales del siglo XIX y a finales del siglo XX, momento en el que casi llegaron a desaparecer. Las corralas fueron un tipo de viviendas muy populares en Madrid porque podían dar cobijo a los muchos inmigrantes que recibió la ciudad en el siglo XIX y en los primeros años del siglo XX. Y la Corrala del Sombrerete sigue allí, en pie desde hace más de 130 años, soportándolo todo, derrumbes, guerras, intentos de desahucios, etc. no precisamente por su condición de Monumento Nacional, sino por la solidaridad de sus vecinos, un hecho que no data de tiempos cercanos, sino de muy lejos.
La corrala que podemos ver ahora es la parte interior de la otra parte del edificio, ya que la otra parte que debería estar delante fue derribada, permitiendo, por tanto, que el otrora patio interior al que daban los corredores quedara expuesto y que lo que era fachada interior se convirtiera en fachada exterior. La parte donde se levantaba la fachada que fue derribada fue ocupada por un parque desde el que se admira la construcción.
Siguiendo la calle Sombrerete hacia el este la primera calle que cruza es la calle del Amparo. Es esta una de las calles más largas del barrio y tiene una considerable pendiente en algunos puntos. Tomándola en dirección norte llegué a la Plaza de Nelson Mandela, desde allí, atravesándola, seguí en dirección norte por la calle de Mesón de Paredes.
La Plaza de Nelson Mandela es, -como su nombre indica-, moderna. Ocupa el espacio de un antiguo convento dedicado a Santa Catalina que fue derribado y que se hallaba contiguo a la Plaza de los Cabestreros. En esta plaza se situó otra fuente que tomaba sus aguas del mismo arroyo Abroñigal del que tomaba sus aguas la fuente que estaba en la Plaza de Lavapiés.
La calle de Mesón de Paredes es paralela a la calle del Amparo y también larga y rectilínea. Llega hasta la Ronda de Valencia por el sur y hasta la Plaza de Tirso de Molina por el norte, que es el final de esta primera parte del recorrido por el barrio de Embajadores. No obstante, antes de llegar a esa plaza hay que visitar una de las tabernas más antiguas de Madrid, si no la que más: la Taberna de Antonio Sánchez. Se trata de una taberna que ha vivido tres siglos de historia, hecho por el que también es conocida como Taberna de los Tres Siglos. Conserva su azulejería original, así como su instalación de gas y la caja registradora, que tiene nada más y nada menos que 120 años. Siempre ha estado vinculada al mundo de la tauromaquia, por lo que su decoración, a los que no nos gustan los toros asesinados, no nos parecerá bonita ni acertada ni de buen gusto.
Un poco más al norte la calle desemboca en la Plaza de Tirso de Molina, otra plaza de forma triangular que anteriormente recibía el nombre de Plaza del Progreso. La plaza tiene su origen en 1840 cuando se procedió al derribo del antiguo Convento de la Merced que ocupaba el lugar. En la actualidad hay un mercado floral, y varias estatuas -entre las que destaca la dedicada al propio Tirso de Molina- y fuentes, además de un parque infantil.
En la segunda y última parte del recorrido por el barrio de Embajadores nos moveremos esencialmente hacia el suroeste, desde la Plaza de Tirso de Molina hasta el Reina Sofía. Pasaremos por teatros, cines, mercados, calles con vistas y terminaremos en un gran museo de arte moderno.
Todas las fotos de esta primera parte del recorrido por el barrio de Embajadores:
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